viernes, 24 de junio de 2011

No te creo




Escucho canciones escritas después de nosotros que me recuerdan a nosotros, a aquellos dos, cada cual peor, (sobre todo tú…)

Se me desata la sonrisa mientras me parece que me envuelven los acordes, que de repente se abren todas las flores a golpe de batería y la vida se ilumina de colores brillantes por todas partes.

Salto a bailar como la loca que soy, como si fuera la mujer más feliz del mundo, como si…

Quiero pensar (y pienso) que estas canciones también te recuerdan a aquellos dos, cada cual peor, y quisiera que supieras que no te creo.

No te creí y no esperes que te crea alguna vez, igual que yo no espero que me entiendas, ni que vuelvas tampoco.

Quiero pensar (y pienso) que te ardía la oreja por quienes te cantaban canciones comiéndose parte de la letra; que también hicieron efecto mis flechas herboladas; que siempre se te dio bien morir matando y que aprendimos tarde (sobre todo yo…) que con algunas cosas no se juega.

No te creo, pero no temas; tu secreto queda [a salvo] entre mis letras.

Prefiero creer (y creo) que cruzaste los dedos tras la espalda justo antes de dispararme… Yo lo hice.

“En el mundo genial de las cosas que digo” sigo preguntándote si subes, y tú miras a ambos lados (y cuando nadie te ve, vienes conmigo).


lunes, 20 de junio de 2011

Silueta


No me duermo.

Tumbada boca abajo acaricio la sábana como si fuera a despertarte de tu sueño o a rescatarte de lo que sea que te encierra.

Observo, con la ternura única e inigualable del que se observa a sí mismo, el movimiento cálido y frágil de mi mano jugueteando con lo que me imagino que es tu espalda... ahora tu pecho...

Entonces lanzo con efecto una mirada traviesa contra la almohada, como si me estuvieras viendo, y te sonrío.

Tengo tu silueta pintada en tiza en un lado de mi cama y la acaricio.

Esta noche no dormimos ninguna de las dos.


jueves, 16 de junio de 2011

Despistada


Cuando me pillo despistada y no me miro… te recuerdo.

Me permito, a escondidas, el echarte de menos, y me escapo al jardín para desenterrar algún recuerdo de mi lugar secreto.

Voy corriendo, sudorosa, con la adrenalina esprintando por mis venas, y una mezcla traicionera (especialidad y cortesía de la casa), entre culpabilidad por seguir necesitando la metadona de tu olvido y la tranquilidad del que encuentra el tesoro en su sitio, justo donde lo escondió, y siente así que no le falta nada.

Que todo está donde debe…, y esto es… bien enterrado bajo montañas de arena, como corresponde a lo que yace muerto, con una cruz de madera que me ayuda a encontrarlo cuando en noches como ésta, me pillo despistada, no me miro… y te recuerdo.

“Descansa en paz”, me digo yo a mí misma, ya de vuelta, sacándome la tierra de debajo de las uñas.

“Descansa en paz”, me digo, desdibujando mis huellas para sortear mi propia vigilancia… y perdonarme.

“Descansa”, susurro mientras me acuno, y me prometo nunca más volver a traicionarme.