martes, 29 de noviembre de 2011

Pinto, pinto, gorgorito...

“Pinto, pinto, gorgorito…
¿Dónde pongo este puntito?”

Y después de pensar mucho, decidí:

Lo coloqué entre tu cuerpo y el mío, justo al quedarte dormido en mi cama del revés.
A un lado tú, y al otro… todo lo demás y yo.

En ese preciso instante lo ubiqué, como mejor final de todos los posibles.

Antes de que despertaras, justo antes de que empezara la mitosis de los cuerpos, me vestí sin hacer ruido en mi cabeza y escapé sin despedirme por el balcón de mi cuarto para que no me siguieras, tú que no sabes volar…

En ese momento exacto, a reloj parado; antes de que se vaciaran las caricias, antes de los mensajes amables y aquella imagen perfecta, que es la historia completa y el resumen, a la vez.

Antes de que fueras a por tabaco (o en tu caso, a por valor) y no volvieras, me perdiste.

Ahí te dejaste las ganas de cuidar, junto a mis manos y las miradas que atraviesan paredes, entre mi ingenua generosidad y tu “no me importas nada”.

Después no hay más. Nada más. Nunca.

“Pinto, pinto, gorgorito…
¿Dónde pongo este puntito?”

Con pulso y mucho cuidado, entre índice y pulgar, sostuve el punto final…
y lo clavé.

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