sábado, 20 de agosto de 2016

El amor en teoría


El amor, en teoría, no es amor.

El amor que se escribe, no es amor.

El amor que se lee, que se recuerda, 

que se recrea, que se extraña, que se espera;

El amor que emana de las fotografías, que sangran los suspiros, que se sueña;

El amor en la distancia;

El amor en diferido;

El amor de las películas y el de las cartas de amor... no son amor.


El amor se practica. 

El amor está dejándose los cuernos día a día. 

El amor se entrena, se supera, 

se expone, se arriesga. 

Aquí y ahora. 

El amor se enfrenta, se explota, 

se besa, se abraza, se atreve, 

se discute, se pelea. 

El amor se rinde y se desnuda. 

En todas partes y siempre.

El amor se trabaja cuerpo a cuerpo. 

Al amor hay que hacerle el amor desde el campo de batalla y sin coraza.


El amor desde la trinchera sólo es poesía.

El amor en teoría, no es amor.





Fotografía de Florian Klauer

jueves, 18 de agosto de 2016

Se me ocurre

Se me ocurre que tenemos que coger el toro por los cuernos. 

Dejar de mirar para otro lado, de andarnos con chiquitas (sobre todo tú).

Se me ocurre que tú y yo deberíamos tomar las riendas, hacernos responsables de devolverle al mundo todos los besos que le faltan. Alguien tiene que hacerlo, y quién mejor…

Deberíamos llevar besos a todas las esquinas, a todos los portales, dejar un beso por tejado, plantarlos en los espejos de los ascensores, en los asientos traseros de los autobuses, en el Bernabéu y en el Calderón.

Tú y yo deberíamos regalarle un beso a cada charco, dejar, como el que no quiere la cosa, un beso en cada bar de carretera, repartir besos a las puertas de todos los colegios, en los juzgados, en los patios de todas las prisiones.

Deberíamos llevar nuestros besos al Congreso, a los fotomatones del Metro, a los jardines de infancia y a las residencias de la tercera edad.

Besarnos en los baños de cada aeropuerto, en las bibliotecas de las universidades, a las puertas de los templos, en los laboratorios, en el Botánico, en Primark.

Curar el mundo con besos desde Ikea, en Lavapiés, en el Rastro los domingos, en las barcas del Retiro, en tu cocina.

Deberíamos besarnos delante de nuestros padres y delante de nuestros sobrinos, en la inauguración de las siguientes olimpiadas, en la pantalla de la Súper Bowl.

Se me ocurre… No sé...

Estaba pensando en tu boca sin querer y me han entrado ganas de salvar el mundo.




Fotografía de Josh Felise

domingo, 7 de agosto de 2016

Mi persona favorita

Yo tengo una persona favorita que es cuchara, cuchillo y tenedor.

Es risa, es abrazo, es casa y es muy grande, para que le quepa toda la paciencia que le pido.

Mi persona favorita es capa, refugio, circo, viaje al mar, cerveza bien fresquita.

Nunca estuvimos juntos en Mallorca, pero vamos y venimos de allí todos los días.

Nuestra unidad de medida son infinitos, la media mil millones, la moda compartirlo.

A mi persona favorita le quedan fetén los trajes, pero es más él con Converse de colores.

No le importa madrugar, no entiende de traumas ni de poesía, y mañana mismito deja de fumar.

Tiene alergia a los gatos y una gata. Sabe el secreto aunque no se lo cuentes. Queda siempre cuando todo pasa.

Mi persona favorita fueron los veinte, los treinta y los cuarenta. Es suerte, regalo, tesoro, premio inmerecido, pero no voy a ser yo quien lo devuelva.

No sé tú, pero yo no puedo ser más afortunada:

A pesar de lo difícil que lo pongo, 

                                                          mi persona favorita del mundo siempre consigue


                                                                                                                                           que el mundo siga siendo 

mi sitio favorito.




sábado, 6 de agosto de 2016

Quiero decirte "ven".

Quiero decirte “ven”.

Quiero decirte “cómeme la poca
vergüenza que me queda”.

Decirte “vamos” y después decirte “más”.

Quiero afirmarte,
reconocerte en insultos,
invitar a los dioses a la fiesta;
Regalarte mi pelo,
enseñarte la lengua,
bailar contigo.

Quiero besarte como beso yo,
como si fuera a quererte para siempre,
como si me muriera por parir tus hijos,
como si no hubiera más y fueras tú.

Quiero decirte “ven” 
y que no vengas
para no tener después que decir “gracias”,
ni “en fin”, ni “es lo que hay”.

Para no acabar clamando a los dioses
de manera distinta
y confundirlos.

Para no recriminarme “en qué momento”,
ni reprocharme el maldito “lo sabía”.

Así que, si te parece bien, éste es el plan:

1: A la mierda el plan.

2: Improvisemos.



Fotografía de Alejandra Quiroz

miércoles, 3 de agosto de 2016

La suerte de ser Paula

Paula fue dibujada con mucho amor. Se hizo esperar, como los grandes acontecimientos. Le teníamos
guardado el sitio desde hacía años, y cuando al fin llegó le aplaudimos mucho.

Paula tiene dos ojos llenos de preguntas y de ganas, dos orejas que confirman a papá, una boquita fina y una nariz que aún no apunta maneras.

Paula tiene todos los deditos en las manos y en los pies, y todas las entrañas que han de venir de serie. Está enterita, no le falta nada.

Paula tiene por norma que la vida le sorprenda. Se deja alucinar por al menos setenta y dos cosas distintas cada día.

Paula sabe confiar y no tiene miedo. Paula no se plantea si sabe amar. Ella ama hasta el infinito y volver, y cuando no puede más cae rendida (entonces se mete el pulgar en la boca, igual que hacía su tía, y se entrega al sueño).

A Paula ni se le pasa por la cabeza que su cuerpo pueda no ser perfecto, que un cuerpo cualquiera no pueda serlo.

Los amigos de Paula no son bajitos, gafotas, negritos o rumanas. Sus amigos son Alberto, María, Freddy  y Natasha, y ella hace lo que esté en su mano para que estén bien, por eso todos se la rifan en el baile del colegio.

Paula llegó detrás de Adrián y en cada ocasión le hace saber que él es importante.

Paula tiene un hámster al que puso de nombre “Bolita de pelo”, y una Barriguita heredada a la que le puso el nombre de Lola, aunque dice que no conoce a nadie que se llame así. (Algún día le contaremos que Lola fue su bisabuela, la madre de mi madre, la que cuida de esta familia desde el otro lado).

Paula le acerca la muleta al abuelo cuando cree que va a necesitarla, y reparte su postre-premio de chocolate con el resto, porque así le sabe todavía más rico.

La gran mayoría de nosotros (lamentablemente, todos no) hemos sido Paula, ¿lo recuerdas?

¿Te acuerdas de cuando decías lo que te gustaba y lo que no? ¿Cuando abrazabas porque sí? ¿Cuando tenías ganas de jugar, de reír, de descubrir? ¿Cuando aprender no dolía?

Si tú tuviste la suerte de ser Paula, jugaste con renacuajos y lagartijas; te tiró una ola y aprendiste que no podías controlarlo todo; te picó una araña o una avispa y te enseñó que no todo tiene explicación ni es justo; te caíste de la bici y supiste de tu fragilidad.

¿Te acuerdas de cuando no sabías que tenías tanta suerte? ¿Recuerdas lo que eres debajo de todos esos años?

Si estás apretando los labios es que sí, que lo recuerdas, que tú también tuviste la suerte de ser Paula una vez. Hace mucho tiempo. Todo el que nos sobra. Y eso es exactamente lo que Paula ha venido a recordarnos.