Luna gigante. Silenciamos el
mundo. Vamos a contar banderas, tralará.
Una sorpresa. Dos. Tres.
Rompiendo moldes.
París. Roma. Berlín. Parar en Copenhague
y hacer foto de mí sobre una piedra, varada.
La peca que remata. Las caderas
arnés. Nuestro reflejo.
Despertar y mirarte y sonreír.
Que todo tenga sentido, menos
nosotros.
“Cállate”.
Perder el equilibrio. Perder la apuesta. (Nunca decir “basta”.)
Perder los nervios. La cuenta. La razón.
“Escribe tú, si puedes”.
Helado en la nariz. “Hacía dos segundos
que no pensaba en ti. Te echo de menos.”
Muchos ojos. Muchos labios. Mucha
piel. “A qué hora llegas.”
Hay un romano fumando en mi
terraza. “Ahórrate la ducha. Ven aquí.”
Aguantarse las ganas. Pedir de contrabando
un “bésame”.
La foto en que no sales. Otras en las que sí. Lo
que dejamos de hacer para querernos.
Tú deshaciendo mis nudos. Yo prometiendo
no atarme jamás a nada.
Vivir debajo del muérdago y hacer
lo propio. Y lo impropio también. Hacerlo todo.
Las piernas que dan abrazos. Los
brazos que dan cobijo. “Mira, un río.”
Dos cordones. Un cordón. Sólo es
un truco.
Un payaso de marte que daba la
vuelta al mundo en taxi, y nos dio envidia.
Nadie me para los soles como tú.
El post it que yo no vi. Tú en mi
nevera.
Cuarenta y ocho horas sin
lechuga.
Doscientas cincuenta malditas
canciones de amor.
Agosto nos llora. Ya se termina.
Voz que no sale. Palabras que no
están.
Dos que se han hinchado a amar.
Una estación que mira.
Empezar juntos el camino de
vuelta. Deshacerlo yo sola. Ser tan de nadie.
El último “Te loqui, amor” que no
te dije.
“No voy a llorar”.
Cuéntame más…