No vuelvas.
Por favor, no vuelvas.
Que desde que no estás todo es muy blanco. Roto.
Ya apenas tengo vicios. He dejado de fumar, bebo menos y
rara vez me salto una comida. Incluso practico yoga y estoy ganando flexibilidad. (Sé lo que estás pensando. La respuesta es “sí”.)
No vuelvas.
Desde que te fuiste pago un subsidio por desempleo a todos mis
lacayos, y en un alarde de valentía (o rabia) abolí mi propio servicio militar.
Llámame loca. O vieja. O vieja loca. Pero no me llames.
Y tampoco vuelvas.
Sin ti me ha dado tiempo a ordenar todos los juguetes. Me costó tres vidas
clasificarlos por pantones. Ahora duermen. Y no sueñan contigo.
Recogí uno por uno los cristales del suelo y vuelvo a andar
descalza por la casa (ya sin romperme
huesos ni ponerle tu nombre a mis heridas).
Que no vuelvas. Que no.
Porque desde que no estás, las mariposas escaparon por mi ombligo y se han vuelto
plantígradas. Ya no revolotean. Se marcharon lejos y ahora pacen (descansan en paz y no me echan de menos).
Ya no hablo por los ojos, ni me sale por la boca el corazón,
que ya sólo me sale por la tinta, por las manos. Por estas manos que ahora saben
que serán madres solteras y no te echan la culpa. Ya sabes, lo quiero siempre todo
para mí.
Tú, sobre todo, por favor...
No vuelvas.
Que desde que no estás, no se me entrecorta la respiración,
ni me dan apasionadas taquicardias, ni vienen vientos del Siroco a estremecerme.
Ya no veo dragones, ni escucho violines, ni recuerdo tu voz, que se me
desvanece en los oídos como tu cara detrás de humo de shisha.
Cuán blanco todo, cuán roto… Cuándo es viernes…
Y es que ya no combato en guerras de respuestas. Ya no pierdo
nunca. Ya no juego. Ya no releo las cartas que ya no guardo, ni creo verte en
cada esquina de todas las ciudades. Ya ni siquiera te odio, ni te tiemblo, ni
te siento, ni yo me siento nada.
No vuelvas.
Por favor…
No vuelvas.
Muerta estoy muy bien.
Fotografía de Nicole Mason