viernes, 27 de mayo de 2016

Eso que pasa

Eso que pasa cuando estamos juntos.

Eso.

Esa cosa sin nombre que nos anestesia la razón, destensa la mandíbula y afloja los labios, y nos inunda de ahora, ganas de mañana y hambre.

Ese placebo que tiene las horas contadas pero que “me quedo aquí a vivir, o a morir, o a lo que venga”.

Ese aguantarse las ganas de hacer nudo en otros brazos.

Ese latir, esa manera de latir sin riendas, desbocados, mirándonos la boca solamente.

Mirarnos, nada más, mientras todo pasa, y que no pase nada. Que cese la arena en su precipitarse. Que la lluvia dé una tregua en el momento justo y se detenga, en mitad de la caída, antes de borrarnos. Y que nadie mire.

Mirarnos sólo nosotros. Los ojos. Y las manos. Pero los ojos. Pierde el que mienta primero. Quien antes hable.

Eso que nos hace estremecer, que nos eriza las yemas de los dedos y brota en forma de rayo por nuestras pestañas.

Eso que nos hace temblar los lagrimales y fingirnos fuertes.

Eso que no se explica ni se entiende y que destierra los reproches y los “nuncamás” como si no nos hubiéramos dado muerte en otras vidas.

Esa cosa sin nombre (y qué bien que no lo tenga, no se lo demos) que nos nace o que nos viene y que nos roba brújulas y mapas, pero que “me quedo aquí a vivir, o a morir, o hasta que vengas”.

Eso.

Eso que pasa cuando estamos juntos.

Eso que me pasa.

Luego, me despierto.




Fotografía de Fade Qu

lunes, 16 de mayo de 2016

El hombre es un hombre para el hombre.

El hombre es un hombre para el hombre.

Que no un lobo. Ya nos gustaría.

Ahora resulta que es el hombre el que ahorca al lobo y lo cuelga de una señal en Espineo.

Ya quisiéramos ser como los lobos.

Pero no somos lobos. Somos hombres.

Hombres que ahorcan lobos.

Hombres que agotan recursos naturales, que manipulan el clima con estelas químicas, que vierten residuos tóxicos, que queman bosques y provocan la extinción de las especies y aquí no pasa nada.

Hombres que trafican con pornografía infantil y comercian con sexo no consentido.

Hombres que elaboran alimentos con productos cancerígenos que comerán otros hombres, y hombres que aprueban su venta a cambio de una suculenta comisión.

Hombres que graban por casualidad cómo se electrocuta un pobre gato y lo suben a las redes y hombres que lo comparten y lo hacen viral.

Hombres que se hacen selfies con delfines. Y con leopardos. Y con leones. O con sus cabezas.

Hombres que babean por unas migajas de poder.

Hombres que roban a otros hombres.

Hombres que gastan más en armas que en investigación de enfermedades sin cura. Y hombres que lo olvidan todo viendo programas basura en televisión.

Hombres que ponen la zancadilla a las mujeres para que no les alcancen ni lleguen donde les corresponde.

Mujeres que llenan los juzgados de falsas denuncias a los hombres.

Hombres y mujeres que traen al mundo niños para educarles en sus mismas miserias; niños que hacen bullying a otros niños, e insultan a las niñas rellenitas que terminan en el hospital con anorexia… Niños todos que algún día serán padres de otros niños que habrán de sumar los traumas de sus progenitores a los suyos propios.

Somos esa especie que pudiendo pensar, no ha entendido nada.

La especie más indigna. Esa clase de especie.

Esa clase de hombre para el hombre, que no sabe que "salvaje" es otra cosa.

Ya quisiéramos ser lobos...

Incluso en Espineo.



Fotografía de Cam Adams

jueves, 12 de mayo de 2016

Quisiera saber de juncos

Quisiera saber de juncos y de agua.

Hoy sólo quisiera
                             saber de juncos
mecidos por el viento
que bailan libres de todo pensamiento,
libres.

Librarme de mí.

Quisiera sentarme a sus pies,
a los pies de los juncos,
y escuchar las historias que ellos quieran contarme;
Olvidarme
de lo que a mí no me mece
ni me hace bailar
ni me deja bailar.
Ni me deja
                   tranquila.

Que me contaran historias
de las que se cuentan los juncos entre ellos,
historias sencillas
que no tuvieran nada que ver conmigo.

Deshacerme de mí.

Saber sólo de juncos.
Que me dejen estar
y no pensarme.
Que compartan su viento
y me sujeten.

Quisiera saber de juncos.

Olvidarme. 



Fotografía de Hans Braxmeier

miércoles, 11 de mayo de 2016

Los "haters", las artes y las redes

      
      - Hola, me llamo Nadie y soy “hater”.
      - Nadie, te queremos.


Supongo que eso es lo que persiguen los “haters”. Que alguien les quiera un poquito. Que les hagan caso. Que les miren a ellos, también.

Porque un “hater” no es otra cosa que alguien que abre la boca cuando nadie le pregunta. ¿Que por qué? Precisamente porque nunca les pregunta nadie.

Curiosa evolución ésta que se dirige al odio de lo ajeno (o a creer que aquello que es de otros es ajeno). Curioso que tanto caso junto haya dado lugar a un movimiento al que le hayan tenido que dar nombre. No salgo de mi asombro, ni de mi casa, por si me los cruzo.

Y es que todos tenemos opinión, todos tenemos un criterio, nuestro propio gusto, que por particular es subjetivo. Por eso nada de lo que diga nadie es realmente importante. Lo único que importa es por qué cada uno hace lo que hace, lo que siente al hacerlo, de qué manera le enriquece, o le enseña, o le salva… pero no lo que la gente dice. Nunca. Ni siquiera lo que dice la gente a la que le gusta lo que haces.

Hay libertad de expresión. Somos libres para decir lo que queramos...  ¡Libres! Somos libres y no sabemos lo que significa, la responsabilidad que presupone, así que entendemos que la libertad es hacer lo que le dé a uno la gana como si estuviéramos solos (que es como se ha de sentir un “hater”, imagino), como si nada ni nadie importase, como si el de al lado no fuera como tú;

Como si no viviéramos juntos, y no camináramos juntos, y no aprendiéramos juntos siendo todos la misma cosa.

No. Tú eres distinto. Tú eres mejor: eres “hater”.

Eres el que no sabe pero opina. O el que sabe y opina aunque a nadie le importe lo que dices (párrafo cuarto). Eres el de la crítica que no construye ni consigue destruir, el que ni siquiera pretende ayudar al otro, porque en ese caso habrías escrito un mensaje privado, que además, no habría de ser anónimo ni con pseudónimo, pero no hay cojones; eres el que no tiene en qué ocupar su tiempo y decide ir proyectando partes de lo que no le gusta de sí mismo en cosas de los otros que dice que no le gustan (que no quiere decir que no le gusten). Eres el que pincha en los "pulgares abajo” para sentirse César ante el mundo, porque su única oportunidad de dejar huella es ir pisando las huellas que dejan los demás.

¿No te gusta un vídeo? Todo bien. No vuelvas a verlo. ¿No te gusta un post? Perfecto. No vuelvas a entrar en esa web. No sigas a sus autores, no vayas a sus conciertos, no compres sus libros ni visites sus exposiciones; es perfectamente coherente. Pero ¿a qué viene este boicot emponzoñado que navega libremente en el anonimato de las redes?

Relaja. Sólo es una canción. O un vídeo. O un post. Sólo es un trocito de la vida de alguien y de su creatividad, que no hace daño a nadie. No pueden devolverte el dinero que no pagaste. Nadie te obligó a pasar por esos sitios. No hay hoja de reclamaciones porque a ti no te ha invitado nadie. Aquí no hay nadie que te deba nada, sólo gente que se atreve a vivir y a compartir y que se expresa. ¿Qué pasa? ¿Tú no eres capaz? ¿No puedes soportarlo?

Podría animarte a que les explicaras por qué no te gustan, pero a ellos no les va a importar lo que tú pienses (recuerda, párrafo cuarto).

Podría animarte a que les enseñaras cómo se hace mejor, pero dudo que supieras y esa demostración, en todo caso, vendría de tu ego, no de tu amor, así que no habríamos entendido nada.

Podría animarte a que te olvidaras del resto y te centraras en ti, en enseñarle al mundo aquello en lo que brillas, pero si tienes tiempo para tanto “dislike”, supongo que ni siquiera tú sabes qué haces bien. Si no, lo estarías aprovechando.

¿No te gusta? No vuelvas. Pero siempre vuelves, porque no tienes nada mejor que hacer. Vuelves para volver a decir que no te gusta, porque estás enfermo y herir sin dejar rastro es adictivo. Porque piensas que así los demás se sentirán como te sientes tú, porque castigándoles te sientes importante, porque es fácil, porque sólo es un “click” (aunque en realidad no es sólo un “click”, es un abismo que te separa del mundo y que dice mucho más de ti que de aquello que supuestamente no te gusta); porque es anónimo, porque “que se joda”, porque te ríes y te lo disfrutas, porque es el sustituto del orgasmo que hace siglos que no tienes… porque tampoco tienes compasión.

Y es que es imposible tener compasión con los demás si no se ha practicado antes con uno mismo, si uno mismo no se quiere o se conoce, si tiene que esconderse…

Por supuesto que hay cosas que a mí no me gustan, y por supuesto que me queda tanto que entender y que aceptar, que reconozco que a veces se me llevan los demonios porque éxito y mérito no vayan hoy en día de la mano, en mi opinión. (Sí, a veces se me olvida el párrafo cuarto a mí también).

La última vez que me ocurrió, volvió a ponerme en mi sitio un gran tipo en una charla de las que valen lo mismo que un postgrado. Me explicaba que él hace lo que le sale del corazón, y que sigue aprendiendo y esforzándose para hacerlo mejor cada día. Que hay que saber reconocer el valor de lo que hacen los demás. Y que si lo que se hace es bueno, ¿qué pasa? Y si es malo, ¿qué pasa? ¿Dónde está el problema? ¿Y a ti qué más te da? ¿Por qué te afecta? (Zasca… Tus miserias al aire, ¿y ahora qué?)

Que nadie es tan bueno como lo mejor que ha hecho en su vida ni tan malo como lo peor que ha hecho o hará. Que lo que queda entre esos dos extremos, señores, es un ser humano, y aquí todos venimos a jugar, a hacer las cosas que hemos venido a hacer porque no podemos no hacerlas, y que mientras le echemos cariño y humildad, es suficiente.

Si te gusta o no, es otra cosa. Si tú hubieras corregido un par de trazos del Guernica, como buen “hater” de manual, es otra cosa. Si no lo has entendido, si crees que podrías mejorarlo pero no te atreves a intentarlo, es otra cosa.

Si tuvieras compasión… si te tuvieras compasión a ti mismo, sería otra cosa.

Pero como dice otro gran tipo, “nos falta cariño y nos sobra basura”. Falta compasión y sobran miedos. Falta amor y a algunos, les sobra tiempo.

Seamos amorosos. Seamos compasivos, respetuosos y educados. Entendamos que cada uno hace lo que hace lo mejor que sabe, que con las pasiones y los sueños no se juega, que el silencio es algunas veces el mejor maestro y que nuestra opinión no siempre es importante.

Deja de odiar, Mr. Hater. Ocúpate mejor en descubrirte y enséñate al mundo. Descubre que puedes ser canción, poema, lienzo, (o futbolista, o astronauta, o veterinario), o simplemente sonrisa, pero haz que sea una sonrisa de verdad, acompañada de una mirada de verdad, llenita a reventar de amor del bueno, del que no te puedan arrebatar, digan lo que digan, lo diga quien lo diga.

Nadie, aquí todos estamos aprendiendo.

Nadie, te queremos.

--

(P.D.: Me acabo de dar cuenta de que si no contamos la hache, que al fin y al cabo es muda, "haters" y "artes" tienen las mismas letras. Qué cosas...).


Fotografía de Lobostudio Hamburg

martes, 10 de mayo de 2016

Ella es océano

Hoy es el cumpleaños de una de las personas más importantes en mi vida, alguien que representa la palabra "amiga" y la palabra "querer" y la palabra "vida" entre otras muchas.

Ella es bendición, y el mundo me la puso delante para que se me pegara algo. ¡Te quiero Sister!



Ella es agua limpia, cristalina. Es gota y océano a la vez.

Ella sabe cómo hacer de tripas corazón, y de corazón enjambre.

Sus ojos son verdad, su risa amor y su abrazo fuerte, casa.

Ella es compañera del camino, ella es destino, y llegarle es fácil (cuando se deja y quiere, como debe ser).

Vive a medio salto entre la tierra y el cielo y algunas veces juega a atrapar nubes. Luego las suelta y las sopla, y las sigue con la mirada mientras rumia consejos de madre por lo "bajini" (ten cuidado, mira por dónde vas).

Ella baila tirando a espantapájaros, pero no se puede ser más libre que cuando ella baila.

No cambiaría por nada mirarla sin hablar, seguir compartiendo juntas todas las contraseñas secretas del mundo, y seguir inventando señas para luego no acordarnos de qué significaba cada una y que dé igual, porque todas acaban siempre en carcajada.

Ella es un privilegio, un regalo con piernas que supo quitarse el lazo.

Con ella me escaparía a ver el mundo entero sin llevarnos nada más que lo que somos.

Y cuando tuviera sed, me la bebería, porque ella es agua y es gota, pero también es océano, y su océano... nunca se termina.




viernes, 6 de mayo de 2016

Matar a Don Juan

¿Don Juan, Dios o mis entrañas?

¿Cuál es la excusa?

¿Con qué culpa me quedo? ¿Con qué miedo?

Pinto pinto… de oca en oca… de puente a puente…  

Sí.

De siglo a siglo….
                                    Y yo pregunto:

¿Quién matará a Don Juan?
                                            ¿Quién osa?
                                                                 ¿Quién se calza ovarios suficientes, además de 
orgullo,
rencor,
inmadurez,
desesperación,
edad
o puro instinto?

Ovarios he dicho, sí. Leísteis bien.

Porque a Don Juan sólo puede matarle una mujer. 
Más digo: a Don Juan han de matarle cada una y todas las mujeres. 
Don Juan ha de morir a manos de una mujer al menos una vez en su vida. En la de ella.

Pero y Don Juan… ¿Don Juan... qué culpa tiene?

¿Por qué ha de redimir su nombre toda la soledad del universo?

(¿La de cada universo que somos todas las mujeres?)

¿Por qué ha de cargar tanta miseria ajena?


Cría fama… y llámate Don Juan…

                                                          Y yo pregunto:

¿Qué hace Don Juan que no hagamos nosotras?
                                                                             ¿Qué, sino servirse del resto? Y dicho esto,
¿qué hace de distinto?

---

-  ¡Ah, la naturaleza!
    
      - ¡Ah, pero no! No, que ahora todo ha cambiado. Y somos feministas. Y que si la conciliación… y usted y “usteda”...

      - Sí… Pero ¡ah, la naturaleza! ¡Y ovarios al poder! ¡Y toda esa sangre que pide a gritos ser algo más que sangre solamente!

      - Ya… pero y el libre albedrío, y simplemente la palabra “libre” (que nunca hubo vocablo más obsceno. Ni tan siquiera “amor”, que es el siguiente).

      - Pero ¡ah, la naturaleza!

      - ¡Ah, pero no! Que tenemos pensamientos y pensamos. Y tenemos conciencia y concienciamos. Y tenemos alma y así “almamos”. (Que “amar” es otra cosa, pero a mí no me preguntes, y a Don Juan tampoco).

      - ¡¡¡Que sí…!!! pero que ¡¡¡ah, la naturaleza!!!

      - ¡Que ah, pero que no! Que ahora podemos elegir –dijeron al unísono en el mundo todas las mujeres menos una- .

Que ahora podemos elegir. Pero la culpa… la culpa es de Don Juan.






Fotografía de Henry Hustava

domingo, 1 de mayo de 2016

Que la vida es un tango

“Que la vida es un tango”, dice mi padre.

Y ahora sé que es un tango que de pequeña me gustaba bailar sola para que él me mirara y me aplaudiera, mientras echaba las galletas al tazón de cuatro en cuatro.

Que yo bailaba para él hasta cuando estaba quieta, o dormida, o él no miraba. Y que aún le bailo.

Porque su complicidad es el bandoneón que me arranca la risa. O la sonrisa. O la carcajada terremótica que rompe la vajilla.

Porque daba igual cómo lo hiciera si él estaba delante y me aplaudía.

Porque me enseña a partes iguales con todo lo que dice y lo que no, pero sin duda, la mayor lección es su forma de responder “sí” a todas las preguntas que le fue haciendo la vida. Algunas muy hijas de puta. Y su cabeza siempre, de arriba abajo. Y su puerta, abierta.

Que venga. Que aquí me tiene, con todo lo que traiga. Que yo me lo echo encima y “paralante".

Nunca se da por vencido. Nunca se rinde, porque tiene cosas muy importantes que hacer.

Tiene que ver a los suyos bailar.

Tiene que aplaudirnos.