domingo, 1 de mayo de 2016

Que la vida es un tango

“Que la vida es un tango”, dice mi padre.

Y ahora sé que es un tango que de pequeña me gustaba bailar sola para que él me mirara y me aplaudiera, mientras echaba las galletas al tazón de cuatro en cuatro.

Que yo bailaba para él hasta cuando estaba quieta, o dormida, o él no miraba. Y que aún le bailo.

Porque su complicidad es el bandoneón que me arranca la risa. O la sonrisa. O la carcajada terremótica que rompe la vajilla.

Porque daba igual cómo lo hiciera si él estaba delante y me aplaudía.

Porque me enseña a partes iguales con todo lo que dice y lo que no, pero sin duda, la mayor lección es su forma de responder “sí” a todas las preguntas que le fue haciendo la vida. Algunas muy hijas de puta. Y su cabeza siempre, de arriba abajo. Y su puerta, abierta.

Que venga. Que aquí me tiene, con todo lo que traiga. Que yo me lo echo encima y “paralante".

Nunca se da por vencido. Nunca se rinde, porque tiene cosas muy importantes que hacer.

Tiene que ver a los suyos bailar.

Tiene que aplaudirnos. 




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