No sé si el problema de la poesía es la poesía. (Sé muy
pocas cosas, ya os lo adelanto).
Parece que todos los años cae algún artículo, (no falto de
mucha razón, en mi opinión, pero no toda), que descalabra a poetas emergentes o
ya emergidos (algunos a base de un trabajo de décadas, la mayoría pillando la
ola del viento a favor). Como si matar al poeta fuera la clave.
Matadme a mí. Quizá así me encumbréis a mí también.
Matadme por estar de acuerdo en que la poesía actual es una
mierda. Que los poetas de hoy somos, a grandes rasgos, una mierda. Que falta a raudales
autoexigencia y a las editoriales la exigencia que no les resulta necesaria cuando
la caja suena de todas formas.
Pero hay muchas más cosas que no sé.
No sé si es lícito criticar desde el otro lado. Enseñadme
vuestros poemas y hablaremos. O dime a qué te dedicas y hablaremos. Me encantará aplaudirte y aprender. O quizá sí.
Puede que, para tener una opinión, incluso fundamentada, no sea necesario
“estar dentro”. En serio, no lo tengo claro.
Tampoco sé si se puede criticar un trabajo que sale del
trabajo. Y no hablo aquí de los que escriben (o escribimos) frases absurdas y
aleatorias sin tildes ni signos de puntuación como el que hace churros,
mientras suena invariablemente el clinclinclín de la máquina registradora.
Hablo de quien antes de escribir lee, y le echa tiempo a escribir, y se corrige,
y no piensa en el verde, sino en el transparente del desnudo y sin
expectativas. De estos también hay, creedme. Algunas creaciones, las que tienen
alma (tengan o no calidad artística), nacen de la esencia, del esfuerzo, del
compromiso con uno mismo y del regalo. Esto siempre me parecerá digno de un
respeto sin fisuras. Lástima que pocos conozcan la trastienda del poeta. Ni siquiera
muchos de los que llamamos “poetas” hoy en día.
Pero sí sé algunas otras cosas, no os creáis.
Sé que lo que signifique para ti el dinero puede determinar
tu vida. Hablo aquí de las editoriales que empiezan con buenas intenciones
hasta que dan un pelotazo. Y hacen virar su propio viento para ir buscando “poetas”
con miles de seguidores, y a la mierda los textos, las correcciones, y el
propio poeta al que se le vende una vida estelar de seis meses (que es lo que
tardan en exprimirse las ventas, para el que no lo sepa), y luego si te he visto
no me acuerdo. Hablo de creer en un autor, en su obra y en su evolución, al
margen de followers y likes. Del auténtico compromiso con la poesía en mayúsculas. Hablo de responsabilidad editorial. Si alguien la
ha visto alguna vez, que me la presente, por favor.
También sé que los propios poetas no nos exigimos ser mejores.
Porque el talento se tiene o no se tiene (sí, amigos, siento tener que ser yo
quien os lo diga), pero si se tiene, se trabaja.
Recuerdo que hace años pensaba (me voy a echar al barro sin
manguitos), que mi poesía, si así puede llamarse, no triunfaba por mi culpa, no
por la culpa de mi poesía. Pensaba que no cumplía el decálogo del poeta
triunfador. No vengo de la música, soy demasiado mayor para volver “loco” a mi
público, soy mujer, y hetero (y eso es imperdonable), y no me compadreo con la endogamia
poética porque me da repelús (ellos se lo guisan, ellos se lo comen), lo que no
quita que tenga grandes y buenos amigos en el mundo “poetil”. En fin, que no
doy el perfil. Esto lo sigo pensando algunas veces, os lo reconozco desde el
dolor y la vergüenza. (Soy humana, el trabajo con mi ego va, pero despacio, se
me disculpe). Pero ahora, afortunadamente, soy más de pensar “Sonia, hazlo
mejor. Hazlo lo mejor que puedas. Dale voz a tu voz. Encuéntrate, lee, corrige.
No hace falta ser bestseller. Tú no lo haces por eso. No lo llames siquiera
poesía, pero trabaja, escribe. Que llegue donde llegue a quien le llegue, pero
si amas lo que haces, sólo hazlo”. Hablo de responsabilidad de autor. Si
alguien la ha visto alguna vez, que también me la presente, os lo suplico.
Pero lo que menos sé, volviendo al principio, es si la culpa
de la poesía la tiene la poesía. Que frases de poemas y canciones como “eres
preciosa, incluso con todos esos kilos”, o el rollo de “no puedo vivir sin ti”, “y el anillo pa´cuándo”, “y lo hacemos los cuatro”, derrochan decenas
de miles de likes, cuando no millones. Hablo de lo que hay al otro lado. Del
que le da al corazón (qué lejos estamos de saber qué es un corazón en estos
tiempos…). Hablo de nosotros como grupo, como sociedad. De los mapas con los
que ordenamos el mundo, de lo necesitados que parecemos estar de frases burdas
de autoestima y placer desconectado, fácil y vacío. Eso. Eso es lo que más me
preocupa. Hacia dónde vamos. Hacia dónde estamos consiguiendo que se encaminen
las generaciones que tienen que salvarnos. Y, sobre todo, salvarse. Qué estamos
haciendo para que descubran su esencia lejos de postureos, selfies con poca
ropa y medicinas que llevan en su composición el mismo veneno que pretenden
erradicar.
Un amigo me dijo algo hace años, (los mismos que he tardado
en entenderlo): “la poesía no se come”. Y así es. Para bien y para mal.
Al fin y al cabo, hacer versos, aunque malos, no se puede comparar a atracar bancos, abandonar mascotas o dirigir el país a golpe de interés.
Al fin y al cabo, hacer versos, aunque malos, no se puede comparar a atracar bancos, abandonar mascotas o dirigir el país a golpe de interés.
No somos para tanto. No maten al poeta. No desplieguen desde
la ira, o el miedo. Dejen de mirar hacia ese lado y contemplen el paisaje completo,
abrumador. En su lugar, aireen los nombres de poetas dignos, talentosos.
Dedíquenles espacio en esos mismos diarios. Recuerden a los buenos, los pocos
de ahora y los muchos de antaño, y saquen a los balcones sábanas con poemas de
Neruda.
Valoremos lo que sí. Hagamos algo bien, desde el amor, como no puede ser de otra manera. Eso
sí sería poético…
Pero no sé… yo no sé nada. Nada salvo una cosa: que me gusta
escribir, que escribo, y que el éxito es un concepto personal e intransferible,
que no deberíamos dejar que nadie definiera por nosotros.