Miro absorta tu (mi) almohada.
Es mágica la forma en que no estás, pero te siento.
Mis ojos recorren la habitación de lado a lado, con sólo un lento movimiento de cabeza. Nada.
Mis ojos recorren la habitación de lado a lado, con sólo un lento movimiento de cabeza. Nada.
"Puede que debajo de la cama", y en un impulso violento me lanzo boca abajo al borde del colchón y abro los ojos y la boca, como un niño en día de Reyes.
Definitivamente no pareces estar aquí conmigo. No puedo verte ni tocarte, pero estás, sin duda alguna. No hay más que preguntárselo a la almohada.
Ahora tengo que pensar qué hacer con ella, ya sin prisa. Me pongo cómoda, apoyada sobre el codo y le doy vueltas. Caigo en la cuenta, al ratito de mirarla: nunca antes le presté tanta atención, ni a sus pliegues, sus arrugas, sus pespuntes...
Me decido. Intentando no hacer ruido me coloco frente a ella, (mi nariz, aunque está cerca, no la toca) y te aspiro lentamente.
Tu corriente recorre mis pulmones y me calma. Quiero más. Vuelvo a aspirarte.
Tu corriente recorre mis pulmones y me calma. Quiero más. Vuelvo a aspirarte.
Te respiro tan profundo que cuando llegas al fondo, algo me duele (donde dejo de ser yo... donde ya no queda más que dar la vuelta...)
Entonces me sumerjo poco a poco en tu (mi) almohada. Con los ojos cerrados te recreo. Ya me niego a respirarte, para que no te agotes y te vayas, para no re-descubrir que la magia no existe.
Cuando me quedo sin aire me volteo, me tumbo mirando al techo y me sonrío.
Qué bien hice en no querer saber quién eres...
Prefiero recrearte, olerte sólo, y no saber a quién echo de menos.
Prefiero respirarte en tu (mi) almohada y no tener manera de encontrarte.
Prefiero respirarte en tu (mi) almohada y no tener manera de encontrarte.