(insensato, tú)
que vienes hacia el centro de mi vientre
directo sin pensar,
y tanto igual te da si estoy ausente
o si dejo de estar.
Qué suerte,
que casi muerta, sí, pero aún latente
para mirarte mientras grito fuerte:
“vete,
que en esta casa ya no hay caridad”.
No me queda piedad ni compasión,
ni hago favores por lástima o por pena;
Ni para limosna tengo
y mucho menos
tiempo que perder abriendo puertas
a quien me toca el timbre para entrar.
Plantígrado animal,
detente, tú,
que subes a pie escaleras y
te crees llegado.
Ahórrate el sudor en adelante,
y avisa a los demás.
Que esta casa no entiende más de “gente”
ni de puertas;
Ya sólo atiendo visitas en el balcón,
con las ventanas abiertas
y el corazón aprendido
(dado por muerto
mas superviviente)
aleccionado a la fuerza,
a fuerza de tanto amor por accidente.
No serán muchos
(contados con los dedos)
los que lleguen.
Pero sabrán volar.
Abierto está el balcón,
y yo impaciente.