jueves, 29 de diciembre de 2016

"Apaga y vete tú" ya en librerías



Que los sueños se cumplen. Que sí.
"Apaga y vete tú" ya está dando color a las principales librerías de España,
de la mano de Frida Ediciones
.
Ufff, qué locura, ¿no?

Os dejo por aquí varios enlaces donde podréis encontrarlo, y un montón de cariñosas "gracias" 
en formato abrazo.

La vida es rosa.
¡Felicidad!




miércoles, 23 de noviembre de 2016

"Apaga y vete tú"

¡Aquí está!

Por fin puedo daros la noticia.

En menos de una semana saldrá a la venta mi tercer poemario, "Apaga y vete tú", publicado con mucho cariño y un trabajazo increíble por Frida Ediciones (menudo equipazo más grande, señores...).

La portada y las ilustraciones interiores son obra y gracia del artistazo Fermín Urdánoz. (Es un auténtico genio... ¡Gracias, Universo!)

¡No sabéis lo feliz, orgullosa, emocionada y nerviosa que estoy!

A partir del 30 de noviembre en El Corte Inglés, Fnac y Casa del Libro.

Gracias a todos por el apoyo, os llevo en mi afortunado corazón.

Nos vemos en los bares, en los teatros... y en las librerías!!

Besazos, amores!

jueves, 27 de octubre de 2016

Es una suerte

Es una suerte que llegue un momento de tu vida, da igual la edad que tengas, en que te hagas preguntas, y desde lo más profundo de tu ser, quieras saber.

Es una suerte (repito, es importante), que te preguntes quién eres, qué cosa, si eres más de lo que te enseñaron, si tienes algo que decir.

Suerte es pararte, frenar en seco, poner todas las cartas sobre la mesa sin joker; mirarte en el espejo y enfrentarte a ti, a lo que eres, a tus virtudes, a todos tus defectos, a  todo lo que puedes llegar a ser sólo con soltar lastre.

Es una suerte llegar a ese momento que marca un antes y un después en tu vida, en tu crecimiento personal,en tu compromiso para contigo mismo.

Es una suerte poder con todo eso, con todo tú, con toda tu basura y por encima de todo, con todo lo que brilla en ti, todo aquello de lo que eres capaz.

La vida está esperando ese momento (ésa es la clave): que te aceptes y te quieras, sólo eso, y que entiendas que te espera un largo camino de trabajo, de aprender a quererte mejor para abrirte un nuevo mundo de oportunidades.

En ese momento, cuando sabes quién eres, lo que eres,  lo que puedes llegar a ser, eres capaz  de  ver lo que otros han visto antes que tú; puedes apreciar a los que te quieren por tu esencia, los que saben de lo bueno y también de lo malo. Esa conexión tan íntima, que "es" porque tenía que ser y que está mas allá de las circunstancias. Eso, amigos, que no tiene precio.

Porque lo que tenemos vale infinitamente más que lo que nos falta, y si aún no lo ves, quizá tengas que volver a leer este texto desde el principio, porque lo veas o no, tú también lo tienes.

Hoy me siento afortunada, hoy la vida me sonríe por compartir lo que soy con personitas que se atreven a compartir lo que son.Y ¿sabes una cosa? Que creo (perdóname si me equivoco o si no me explico) que el amor es esto.

Que no se nos olvide.



martes, 4 de octubre de 2016

Invencibles

Con los años he aprendido que el amor no es una guerra, ni una sola batalla, por inofensiva que parezca; que el amor no es un juego que uno gana para que otro pierda.

Con los años he aprendido que algunas veces malgastamos nuestro tiempo en desconocernos a la perfección, atreviéndonos sólo a compartir nuestro lado oscuro mientras nos reservamos toda la generosidad de la que somos capaces, todo lo bueno, lo vivo, lo que brilla.

Con los años he aprendido que las personas que se quieren bien hacen equipo, que miran juntas la vida desde un espacio común de intimidad compartida, de complicidad, respeto y confianza, donde ninguno necesita defenderse porque el de enfrente no es el enemigo, donde se gana más dando que robando, donde el otro te importa con la misma compasión con la que te importas tú. Un lugar seguro en el que, juntos, se saben invencibles.

Con los años he aprendido que no todos somos siempre capaces de entenderlo ni de sentirlo así, que algunas veces nuestras heridas y barros nos impiden rendirnos, abrirnos en un abrazo desinteresado que no sea moneda de cambio, punto directo al marcador.

Con los años he aprendido que nunca se deja de aprender, que todos estamos en lo mismo, en el mismo camino, en el de aprender a amar bonito y a dejarse amar de igual manera; a perder el miedo, enterrar el sarcasmo, la ironía, dejar de planear los siguientes movimientos, tirar los dados pero a la basura, no al tablero. Dejar el pulso y aprovechar la postura para acariciarse las manos mirándose a los ojos.

Con los años he aprendido y aún sigo aprendiendo a perdonar y perdonarme, a aceptar, a entender que en realidad nunca fallamos, que nos equivocamos porque tuvimos que hacerlo, que estar en paz es saber que no tienes nada que perder cuando amas tan de verdad que lo que te hace feliz es regalar, que lo que das es limpio cuando te nace de dentro, por encima de toda razón e incluso contra tu propia voluntad.

Y esto que he aprendido todos estos años es lo que quisiera compartir contigo, lo único que está en mi mano, en ésta que ahora te tiendo palma arriba, la misma en la que he escrito, desde la punta de mis dedos hasta mi pecho, una fiesta de letras que silban “Ven, da el paso. Ríndete y ven. Hoy, dentro de diez años o en la próxima vida. Da igual, no hay prisa. Ven cuando te decidas o te sientas libre. Deja que te enseñe de qué hablo desde el país de la bandera blanca. Cuando llegue tu momento, simplemente ven con todo lo bueno, lo vivo y lo que brilla. Aunque no te quedes porque no es tu sitio, (eso no importa), pasa por mi casa".

Sé que sólo es cuestión de tiempo. Algún día lo vamos a entender.





Fotografía de Alex Wong

domingo, 18 de septiembre de 2016

Suspendida

Yo ya no estoy aquí.
Yo ya me he ido.
Te habla el eco, la sombra, 
la estela residual del movimiento.

Lo que ves ya no es más yo,
ni lo que escuchas lo acabo de decir.

Me suspendo frente a ti sin ser,
siendo muy lejos,
en alguna parte.

Estás mirándole a los ojos a un fantasma,
medio tú, medio yo, pero ninguno,
que te agradece y se despide y vuela.




 Foto de Steinar La Engeland

sábado, 20 de agosto de 2016

El amor en teoría


El amor, en teoría, no es amor.

El amor que se escribe, no es amor.

El amor que se lee, que se recuerda, 

que se recrea, que se extraña, que se espera;

El amor que emana de las fotografías, que sangran los suspiros, que se sueña;

El amor en la distancia;

El amor en diferido;

El amor de las películas y el de las cartas de amor... no son amor.


El amor se practica. 

El amor está dejándose los cuernos día a día. 

El amor se entrena, se supera, 

se expone, se arriesga. 

Aquí y ahora. 

El amor se enfrenta, se explota, 

se besa, se abraza, se atreve, 

se discute, se pelea. 

El amor se rinde y se desnuda. 

En todas partes y siempre.

El amor se trabaja cuerpo a cuerpo. 

Al amor hay que hacerle el amor desde el campo de batalla y sin coraza.


El amor desde la trinchera sólo es poesía.

El amor en teoría, no es amor.





Fotografía de Florian Klauer

jueves, 18 de agosto de 2016

Se me ocurre

Se me ocurre que tenemos que coger el toro por los cuernos. 

Dejar de mirar para otro lado, de andarnos con chiquitas (sobre todo tú).

Se me ocurre que tú y yo deberíamos tomar las riendas, hacernos responsables de devolverle al mundo todos los besos que le faltan. Alguien tiene que hacerlo, y quién mejor…

Deberíamos llevar besos a todas las esquinas, a todos los portales, dejar un beso por tejado, plantarlos en los espejos de los ascensores, en los asientos traseros de los autobuses, en el Bernabéu y en el Calderón.

Tú y yo deberíamos regalarle un beso a cada charco, dejar, como el que no quiere la cosa, un beso en cada bar de carretera, repartir besos a las puertas de todos los colegios, en los juzgados, en los patios de todas las prisiones.

Deberíamos llevar nuestros besos al Congreso, a los fotomatones del Metro, a los jardines de infancia y a las residencias de la tercera edad.

Besarnos en los baños de cada aeropuerto, en las bibliotecas de las universidades, a las puertas de los templos, en los laboratorios, en el Botánico, en Primark.

Curar el mundo con besos desde Ikea, en Lavapiés, en el Rastro los domingos, en las barcas del Retiro, en tu cocina.

Deberíamos besarnos delante de nuestros padres y delante de nuestros sobrinos, en la inauguración de las siguientes olimpiadas, en la pantalla de la Súper Bowl.

Se me ocurre… No sé...

Estaba pensando en tu boca sin querer y me han entrado ganas de salvar el mundo.




Fotografía de Josh Felise

domingo, 7 de agosto de 2016

Mi persona favorita

Yo tengo una persona favorita que es cuchara, cuchillo y tenedor.

Es risa, es abrazo, es casa y es muy grande, para que le quepa toda la paciencia que le pido.

Mi persona favorita es capa, refugio, circo, viaje al mar, cerveza bien fresquita.

Nunca estuvimos juntos en Mallorca, pero vamos y venimos de allí todos los días.

Nuestra unidad de medida son infinitos, la media mil millones, la moda compartirlo.

A mi persona favorita le quedan fetén los trajes, pero es más él con Converse de colores.

No le importa madrugar, no entiende de traumas ni de poesía, y mañana mismito deja de fumar.

Tiene alergia a los gatos y una gata. Sabe el secreto aunque no se lo cuentes. Queda siempre cuando todo pasa.

Mi persona favorita fueron los veinte, los treinta y los cuarenta. Es suerte, regalo, tesoro, premio inmerecido, pero no voy a ser yo quien lo devuelva.

No sé tú, pero yo no puedo ser más afortunada:

A pesar de lo difícil que lo pongo, 

                                                          mi persona favorita del mundo siempre consigue


                                                                                                                                           que el mundo siga siendo 

mi sitio favorito.




sábado, 6 de agosto de 2016

Quiero decirte "ven".

Quiero decirte “ven”.

Quiero decirte “cómeme la poca
vergüenza que me queda”.

Decirte “vamos” y después decirte “más”.

Quiero afirmarte,
reconocerte en insultos,
invitar a los dioses a la fiesta;
Regalarte mi pelo,
enseñarte la lengua,
bailar contigo.

Quiero besarte como beso yo,
como si fuera a quererte para siempre,
como si me muriera por parir tus hijos,
como si no hubiera más y fueras tú.

Quiero decirte “ven” 
y que no vengas
para no tener después que decir “gracias”,
ni “en fin”, ni “es lo que hay”.

Para no acabar clamando a los dioses
de manera distinta
y confundirlos.

Para no recriminarme “en qué momento”,
ni reprocharme el maldito “lo sabía”.

Así que, si te parece bien, éste es el plan:

1: A la mierda el plan.

2: Improvisemos.



Fotografía de Alejandra Quiroz

miércoles, 3 de agosto de 2016

La suerte de ser Paula

Paula fue dibujada con mucho amor. Se hizo esperar, como los grandes acontecimientos. Le teníamos
guardado el sitio desde hacía años, y cuando al fin llegó le aplaudimos mucho.

Paula tiene dos ojos llenos de preguntas y de ganas, dos orejas que confirman a papá, una boquita fina y una nariz que aún no apunta maneras.

Paula tiene todos los deditos en las manos y en los pies, y todas las entrañas que han de venir de serie. Está enterita, no le falta nada.

Paula tiene por norma que la vida le sorprenda. Se deja alucinar por al menos setenta y dos cosas distintas cada día.

Paula sabe confiar y no tiene miedo. Paula no se plantea si sabe amar. Ella ama hasta el infinito y volver, y cuando no puede más cae rendida (entonces se mete el pulgar en la boca, igual que hacía su tía, y se entrega al sueño).

A Paula ni se le pasa por la cabeza que su cuerpo pueda no ser perfecto, que un cuerpo cualquiera no pueda serlo.

Los amigos de Paula no son bajitos, gafotas, negritos o rumanas. Sus amigos son Alberto, María, Freddy  y Natasha, y ella hace lo que esté en su mano para que estén bien, por eso todos se la rifan en el baile del colegio.

Paula llegó detrás de Adrián y en cada ocasión le hace saber que él es importante.

Paula tiene un hámster al que puso de nombre “Bolita de pelo”, y una Barriguita heredada a la que le puso el nombre de Lola, aunque dice que no conoce a nadie que se llame así. (Algún día le contaremos que Lola fue su bisabuela, la madre de mi madre, la que cuida de esta familia desde el otro lado).

Paula le acerca la muleta al abuelo cuando cree que va a necesitarla, y reparte su postre-premio de chocolate con el resto, porque así le sabe todavía más rico.

La gran mayoría de nosotros (lamentablemente, todos no) hemos sido Paula, ¿lo recuerdas?

¿Te acuerdas de cuando decías lo que te gustaba y lo que no? ¿Cuando abrazabas porque sí? ¿Cuando tenías ganas de jugar, de reír, de descubrir? ¿Cuando aprender no dolía?

Si tú tuviste la suerte de ser Paula, jugaste con renacuajos y lagartijas; te tiró una ola y aprendiste que no podías controlarlo todo; te picó una araña o una avispa y te enseñó que no todo tiene explicación ni es justo; te caíste de la bici y supiste de tu fragilidad.

¿Te acuerdas de cuando no sabías que tenías tanta suerte? ¿Recuerdas lo que eres debajo de todos esos años?

Si estás apretando los labios es que sí, que lo recuerdas, que tú también tuviste la suerte de ser Paula una vez. Hace mucho tiempo. Todo el que nos sobra. Y eso es exactamente lo que Paula ha venido a recordarnos.




domingo, 31 de julio de 2016

Verano en Madrid

El día ha atardecido lento.

Este lánguido “Hoy” ha empezado a las cuatro y cuarto de la tarde, y se mueve con la pereza de quien no halla rumbo.

Lentos se deslizan los carritos de la compra sobre el pavimento.

Lentamente mueven la cabeza los abuelos sentados en el banco de siempre, los únicos que hoy se han atrevido a rendirse y a no huir, a pararse, sentarse y mirar, girando la cabeza, los pasos, el pasar de la gente, el posar de pies que demora lo que parecen horas sin serlo, pues a este día aún no le han llegado los minutos. Tan sólo larguísimos segundos que no consiguen organizarse en grupos de sesenta.  

Pesa el sol. A saber de quién se está vengando, qué le habrán hecho, pero pesa toneladas contra la piel que intenta pelearle. Los gatos no se mueven debajo de los camiones. Yo me escondo bajo mi soledad, que me hizo sombra siempre, y se agradece.

Este día, que no acaba de llegar ni quiere irse, arrastra un amarillo amarronado. Trae al cuello desgana y apatía, trae sinrazón, trae existencialismo, preguntas de tres en tres, un botón en el que al pulsar suenan aplausos y otro en el que se escuchan carcajadas, como en la tele, para que cada cual se engañe como guste sin necesitar moverse del sofá.

Hoy no hay aire, o al menos nadie sopla. La gente se mueve como si luchara dentro de burbujas llenas de algo espeso, gelatinoso. Difícil avanzar. Cuesta trabajo y apenas quedan fuerzas.

Hay un coche bajo mi ventana con el motor en marcha desde hace un rato. Unos seiscientos segundos, más o menos, (ni un solo minuto, ésas tenemos). Parece que tiene un plan, un gran destino, parece que se dirige a alguna parte y que está a punto, pero no termina de moverse nunca. Sólo es ruido.

Pienso que somos algo parecido. Un motor en marcha que a veces parecequé, pero que no.

Qué tarde es este día. Qué tarde es esta tarde. Cuánto tiempo lleva entender que el tiempo no existe y qué tarde es cuando se comprende.

Pulso el botón de los aplausos para convencerme de que me gusta lo que he escrito. Mi lado oscuro pulsa el de las carcajadas para que no se me escape el patetismo de acabar de pulsar el botón de al lado.

Se me ha ido de las manos.

Yo sólo quería contaros que es verano en Madrid, y hace calor.




Fotografía de Grant Lemons

sábado, 23 de julio de 2016

Sólo sé que no se ama.



Advertencia. Esta pieza lleva grandes dosis de protesta, autocrítica y tocapelotismo, que pueden herir (seguramente hieran) gravemente tu sensibilidad. Si padeces de intolerancia, conformismo o consideras que, como escuché ayer,“el amor es muy bonito y todo eso, pero…”, deja de leer aquí. No digas que no te lo avisé.


“Nos gana. Nos sigue ganando la batalla el puto miedo. Le sigue partiendo al amor la boca.

Nos siguen faltando los cojones de hacernos las preguntas más difíciles y permitirnos doler para sanarnos. Llorarlo todo. Pasar por esa parte tan jodida de entender lo que somos y por qué, lo que heredamos, lo que nos enseñaron, los patrones que reproducimos y lo que pudimos elegir.

Romper las piezas y armar un nuevo puzle.

Nos falta bajar al suelo, quitarnos la venda, mirarnos en un espejo y reconocernos, querernos antes de que lo hagan otros, conectar con el centro, con la madre Tierra, con la Humanidad en toda su extensión. Nos falta llamar “emocionales” en lugar de “mentales” a la mayoría de los trastornos. Nos falta entender. Nos falta saber que merecemos amarnos sin condiciones y que igual nos amen. Nos faltan caricias, sonrisas, carcajadas. Falta conciliación, camas en hospitales, una buena ley electoral. Falta autoestima. Falta inversión en investigación de enfermedades  sin cura, trabajar en prevención, prestar más atención a los mayores, enseñar con el ejemplo a nuestros niños. Nos falta valentía, nos falta responsabilidad, voluntad de aprender, crecer, seguir evolucionando (y que sea hacia delante). Nos falta perdonar, nos falta saber escuchar con todo el cuerpo, cambiarnos los zapatos. Nos falta empatía, compasión, aceptación. Nos falta meditar. Falta respeto y también falta respeto y eso que termina en “peto” y empieza por “res”. Nos falta amor. Todo el amor nos falta.

Nos sobra ego, importancia, tres cuartos del armario, la mitad del dinero, las marcas (de todo tipo), el apego. Nos sobra dependencia, esclavitud. Nos sobra el machismo y nos sobra el feminismo (no me convenceréis, todo lo que nos divida es la misma mierda), nos sobra la culpa, todas las religiones, los escaparates con maniquíes de la 36, el Tinder, el “ciudadanos y ciudadanas” y la paridad que insulta cualquier inteligencia. Nos sobra corrupción (y a los políticos también). Sobran los aforamientos, las puertas giratorias, los sueldos vitalicios, los funcionarios, el glutamato monosódico, el maltrato de animales para nuestro disfrute lúdico o culinario, los médicos sin alma, los profesores sin vocación, los títulos nobiliarios, Telecinco, la envidia, las zancadillas, los juicios y los prejuicios. Sobran las armas. Nos sobra la segunda mejilla, y la primera. No habrían de hacer falta. Me sobra la fiesta del orgullo gay, los “colectivos”, las etiquetas y hasta la petición de tolerancia. ¿Cómo...? ¿Cómo podría el amor necesitar que se le tolerara? El amor es, el amor se vive, se disfruta, se aplaude, se celebra y se comparte. No hay combinación incorrecta cuando uno ama.

Cómo resumirlo…  A la Humanidad le falta humanidad.

Nos sobran tragaperras y nos falta viajar.

Nos sobran Pokemons y nos faltan libros. Toneladas.

Nos sobran precios y nos faltan valores.

Sobra porno y falta sexo.

Sobran abogados y falta justicia.

Sobran normas y falta sentido común.

Sobran anuncios y faltan dibujantes.

Sobran razones y falta intuición.

Sobran selfies de ombligos y falta terapia.

Sobra ruido y faltan cómodos silencios.

Sobran zoos y faltan selvas.

Sobran vicios. Faltan hobbies.

Sobra pánico a morir y faltan ganas de aprovechar esta bendita vida.

Sobra luchar en contra de la guerra y falta trabajar a favor de la paz.

Sobramos poetas y faltamos amantes.

Existe otro camino. Son cuatro letras, y al revés lees Roma.
Lo único que falta es el amor.

Échale huevos, venga. Ten los cojones de cambiarlo todo.
Que hoy sea el día: Ama. Ama de verdad.”

-Me digo a mí misma todas las mañanas-.


lunes, 11 de julio de 2016

Mis pies y el mar

Mis pies.
Mis pies y el mar.

El tipo de los tatus enseñando a andar a su bebé en la orilla.
La niña quieta que mira las olas con respeto y se lo piensa.
El de los manguitos.
El castillo que todo el que mira se muere por pisar.
La señora mayor con gafas y sombrero, totalmente vestida pero descalza, con bastón y paraguas por sombrilla.
El niño que usa un cazamariposas para atrapar renacuajos y el hombre que remueve la arena en busca de tellinas.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
Mis pies, caminando con prisa, como siempre camino, como si tuviera que huir de no sé qué.

La botella de plástico que flota. Mis maldiciones.
La abuela que se ha pintado los ojos para bajar a la playa. O quizá se los pintó un día y no se desmaquilló nunca.
La melena que le crece al musgo sobre la roca.
La nevera en la que se reproducen picotas y ciruelas de todos los colores.
La sombrilla que vuela.
Todas las embarazadas del mundo, que han venido a parar a la misma playa.
El señor que se mete en el agua con la gorra puesta.
El chico que hay debajo de los tres kilos de crema que le ha puesto alguien que le quiere mucho, y la madurita que hay debajo de ese pellejo quemado que le sirve para resaltar los ojos y los dientes, y que así olvides mirarle el corazón.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
Mis pies, caminando con prisa, como siempre camino, como si estuviera buscando no sé qué.

Los de las palas. Y los del voleibol.
La anciana que te mira y piensa “algún día tú también serás esto”.
Las olas, a las que nada para, porque les da igual todo.
Los africanos vendiendo vestidos y una gitana salada demostrando las mil y una maneras de colocarse el pareo que “casi regala”.
La bandera verde, que nunca es para mí.
La concha blanca que pide a gritos sumarse a mi colección de conchas blancas.
“La Toñi” llamando a gritos “al Joshua”.
Los socorristas con el “comosellame” naranjita, sabiéndose diana de todas las miradas: decepcionadas unas, encendidas otras (al fin y al cabo, el “comosellame” naranjita no deja de ser un uniforme…).
El padre de familia que se esfuerza por hinchar la colchoneta sin perder la dignidad en el intento.
La pelotita.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
Mis pies cruzándose con miles de otros pies menos veloces.

La boya que baila al son del oleaje.
Una toalla en medio de la nada. El que llega y se pone justo delante. El que llega y se pone justo detrás. El que se coloca justo a un lado y el que al otro. Kilómetros de playa vacía alrededor.
Tío y sobrino guerreando con pistolas de agua.
Las cicatrices, las estrías, la carne, las vergüenzas. Lo que es.
La avioneta que arrastra la lona publicitaria (cuando lanzaba balones, el mundo era un sitio más amable).
El que se entierra.
La que se exhibe.
El cubo, el rastrillo y la bendita regadera.
La libélula que viene y va.
La medusa en la orilla que ya ni va ni viene, que ya no nada.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
La falta que no hace,
las ganas que no tengo de explicarles por qué camino siempre tan deprisa.

Mis pies sin tus pies y el mar.
Cómo podría yo no apresurarme…



Fotografía de Misstake


sábado, 25 de junio de 2016

Malamente

Me gustas malamente.

Me gustas con gustar adolescente,
conjurando al destino
para que de una vez por todas nos estampe
nariz contra nariz.

Me gustas con el cien por cien de mis hormonas
y mi más imprudente imaginación,
con mil conversaciones inventadas
y hasta unas vacaciones.

Me gustas antes y después de debatirme
entre mirarte o quitarte la mirada,
entre si será mejor buscarte
o que me busques,
entre “se me va a notar”
y “what the fuck”.

Me vas a gustar aún más cuando me mires.

Me va a gustar mirarte y sonreírte
cuando rompa tus esquemas y te escuches
pidiéndome una segunda cita.
O la primera.

Y cuando se me calme el pulso,
se aclare mi mente
y deje de rimar tan tonta, bobamente,
me va a gustar recordar (y recordarte)
cómo empezó este gusto por gustarme
cuando por desconocerte,
no me quedó más remedio
que inventarte.



Fotografía de Brooke Cagle

viernes, 24 de junio de 2016

"Cuando estos ojos" en Libertad 8

Os dejo por aquí unos minutos de poesía que me regaló Ángel Robledillo en su concierto del pasado 16 de junio en Libertad 8.

Siento la calidad del vídeo :(

Espero que os guste :)



lunes, 6 de junio de 2016

Cuando estos ojos

Antes.
Cuando estos ojos no sabían,
y todo era impulso e inocencia.

Cuando el hambre se saciaba,
el frío se vestía
y si me pedías la hora
yo te daba mi vida y una cuerda.

Aquellos tiempos.
Antes.
Esas horas,
cuando esas horas aún estaban vivas,
ajenas a los verbos “doler” y “tener que olvidarte”.

Cuando todo era “sÍ”,
un gigantesco, blanquísimo “sí”,
a cuya sombra dormíamos sin miedo.

Cuando estos ojos no sabían,
y yo te respiraba por las manos.

Cuando creímos que abril,
pero diciembre.

Antes.
Cuando éramos el mar
antes de que el mar secara 
y nos dejara en islas.

Cuando mis ojos eran ojos,
antes de ser cabeza.

Entonces.
Antes.
Cuando llegaban aplausos de no se sabe dónde
con cada mirarnos,
y no necesitábamos correr.

Cuando creímos estar en nuestro sitio.

Aquellos días que se nos enredaban en el pelo,
cuando mi ojos no eran sólo cuencas,
precipicio.

Cuando creían saber,
y en el amor.

Cuando estos ojos no sabían 
                                               que tú no eras.



Fotografía de Oscar Keys

viernes, 27 de mayo de 2016

Eso que pasa

Eso que pasa cuando estamos juntos.

Eso.

Esa cosa sin nombre que nos anestesia la razón, destensa la mandíbula y afloja los labios, y nos inunda de ahora, ganas de mañana y hambre.

Ese placebo que tiene las horas contadas pero que “me quedo aquí a vivir, o a morir, o a lo que venga”.

Ese aguantarse las ganas de hacer nudo en otros brazos.

Ese latir, esa manera de latir sin riendas, desbocados, mirándonos la boca solamente.

Mirarnos, nada más, mientras todo pasa, y que no pase nada. Que cese la arena en su precipitarse. Que la lluvia dé una tregua en el momento justo y se detenga, en mitad de la caída, antes de borrarnos. Y que nadie mire.

Mirarnos sólo nosotros. Los ojos. Y las manos. Pero los ojos. Pierde el que mienta primero. Quien antes hable.

Eso que nos hace estremecer, que nos eriza las yemas de los dedos y brota en forma de rayo por nuestras pestañas.

Eso que nos hace temblar los lagrimales y fingirnos fuertes.

Eso que no se explica ni se entiende y que destierra los reproches y los “nuncamás” como si no nos hubiéramos dado muerte en otras vidas.

Esa cosa sin nombre (y qué bien que no lo tenga, no se lo demos) que nos nace o que nos viene y que nos roba brújulas y mapas, pero que “me quedo aquí a vivir, o a morir, o hasta que vengas”.

Eso.

Eso que pasa cuando estamos juntos.

Eso que me pasa.

Luego, me despierto.




Fotografía de Fade Qu

lunes, 16 de mayo de 2016

El hombre es un hombre para el hombre.

El hombre es un hombre para el hombre.

Que no un lobo. Ya nos gustaría.

Ahora resulta que es el hombre el que ahorca al lobo y lo cuelga de una señal en Espineo.

Ya quisiéramos ser como los lobos.

Pero no somos lobos. Somos hombres.

Hombres que ahorcan lobos.

Hombres que agotan recursos naturales, que manipulan el clima con estelas químicas, que vierten residuos tóxicos, que queman bosques y provocan la extinción de las especies y aquí no pasa nada.

Hombres que trafican con pornografía infantil y comercian con sexo no consentido.

Hombres que elaboran alimentos con productos cancerígenos que comerán otros hombres, y hombres que aprueban su venta a cambio de una suculenta comisión.

Hombres que graban por casualidad cómo se electrocuta un pobre gato y lo suben a las redes y hombres que lo comparten y lo hacen viral.

Hombres que se hacen selfies con delfines. Y con leopardos. Y con leones. O con sus cabezas.

Hombres que babean por unas migajas de poder.

Hombres que roban a otros hombres.

Hombres que gastan más en armas que en investigación de enfermedades sin cura. Y hombres que lo olvidan todo viendo programas basura en televisión.

Hombres que ponen la zancadilla a las mujeres para que no les alcancen ni lleguen donde les corresponde.

Mujeres que llenan los juzgados de falsas denuncias a los hombres.

Hombres y mujeres que traen al mundo niños para educarles en sus mismas miserias; niños que hacen bullying a otros niños, e insultan a las niñas rellenitas que terminan en el hospital con anorexia… Niños todos que algún día serán padres de otros niños que habrán de sumar los traumas de sus progenitores a los suyos propios.

Somos esa especie que pudiendo pensar, no ha entendido nada.

La especie más indigna. Esa clase de especie.

Esa clase de hombre para el hombre, que no sabe que "salvaje" es otra cosa.

Ya quisiéramos ser lobos...

Incluso en Espineo.



Fotografía de Cam Adams

jueves, 12 de mayo de 2016

Quisiera saber de juncos

Quisiera saber de juncos y de agua.

Hoy sólo quisiera
                             saber de juncos
mecidos por el viento
que bailan libres de todo pensamiento,
libres.

Librarme de mí.

Quisiera sentarme a sus pies,
a los pies de los juncos,
y escuchar las historias que ellos quieran contarme;
Olvidarme
de lo que a mí no me mece
ni me hace bailar
ni me deja bailar.
Ni me deja
                   tranquila.

Que me contaran historias
de las que se cuentan los juncos entre ellos,
historias sencillas
que no tuvieran nada que ver conmigo.

Deshacerme de mí.

Saber sólo de juncos.
Que me dejen estar
y no pensarme.
Que compartan su viento
y me sujeten.

Quisiera saber de juncos.

Olvidarme. 



Fotografía de Hans Braxmeier

miércoles, 11 de mayo de 2016

Los "haters", las artes y las redes

      
      - Hola, me llamo Nadie y soy “hater”.
      - Nadie, te queremos.


Supongo que eso es lo que persiguen los “haters”. Que alguien les quiera un poquito. Que les hagan caso. Que les miren a ellos, también.

Porque un “hater” no es otra cosa que alguien que abre la boca cuando nadie le pregunta. ¿Que por qué? Precisamente porque nunca les pregunta nadie.

Curiosa evolución ésta que se dirige al odio de lo ajeno (o a creer que aquello que es de otros es ajeno). Curioso que tanto caso junto haya dado lugar a un movimiento al que le hayan tenido que dar nombre. No salgo de mi asombro, ni de mi casa, por si me los cruzo.

Y es que todos tenemos opinión, todos tenemos un criterio, nuestro propio gusto, que por particular es subjetivo. Por eso nada de lo que diga nadie es realmente importante. Lo único que importa es por qué cada uno hace lo que hace, lo que siente al hacerlo, de qué manera le enriquece, o le enseña, o le salva… pero no lo que la gente dice. Nunca. Ni siquiera lo que dice la gente a la que le gusta lo que haces.

Hay libertad de expresión. Somos libres para decir lo que queramos...  ¡Libres! Somos libres y no sabemos lo que significa, la responsabilidad que presupone, así que entendemos que la libertad es hacer lo que le dé a uno la gana como si estuviéramos solos (que es como se ha de sentir un “hater”, imagino), como si nada ni nadie importase, como si el de al lado no fuera como tú;

Como si no viviéramos juntos, y no camináramos juntos, y no aprendiéramos juntos siendo todos la misma cosa.

No. Tú eres distinto. Tú eres mejor: eres “hater”.

Eres el que no sabe pero opina. O el que sabe y opina aunque a nadie le importe lo que dices (párrafo cuarto). Eres el de la crítica que no construye ni consigue destruir, el que ni siquiera pretende ayudar al otro, porque en ese caso habrías escrito un mensaje privado, que además, no habría de ser anónimo ni con pseudónimo, pero no hay cojones; eres el que no tiene en qué ocupar su tiempo y decide ir proyectando partes de lo que no le gusta de sí mismo en cosas de los otros que dice que no le gustan (que no quiere decir que no le gusten). Eres el que pincha en los "pulgares abajo” para sentirse César ante el mundo, porque su única oportunidad de dejar huella es ir pisando las huellas que dejan los demás.

¿No te gusta un vídeo? Todo bien. No vuelvas a verlo. ¿No te gusta un post? Perfecto. No vuelvas a entrar en esa web. No sigas a sus autores, no vayas a sus conciertos, no compres sus libros ni visites sus exposiciones; es perfectamente coherente. Pero ¿a qué viene este boicot emponzoñado que navega libremente en el anonimato de las redes?

Relaja. Sólo es una canción. O un vídeo. O un post. Sólo es un trocito de la vida de alguien y de su creatividad, que no hace daño a nadie. No pueden devolverte el dinero que no pagaste. Nadie te obligó a pasar por esos sitios. No hay hoja de reclamaciones porque a ti no te ha invitado nadie. Aquí no hay nadie que te deba nada, sólo gente que se atreve a vivir y a compartir y que se expresa. ¿Qué pasa? ¿Tú no eres capaz? ¿No puedes soportarlo?

Podría animarte a que les explicaras por qué no te gustan, pero a ellos no les va a importar lo que tú pienses (recuerda, párrafo cuarto).

Podría animarte a que les enseñaras cómo se hace mejor, pero dudo que supieras y esa demostración, en todo caso, vendría de tu ego, no de tu amor, así que no habríamos entendido nada.

Podría animarte a que te olvidaras del resto y te centraras en ti, en enseñarle al mundo aquello en lo que brillas, pero si tienes tiempo para tanto “dislike”, supongo que ni siquiera tú sabes qué haces bien. Si no, lo estarías aprovechando.

¿No te gusta? No vuelvas. Pero siempre vuelves, porque no tienes nada mejor que hacer. Vuelves para volver a decir que no te gusta, porque estás enfermo y herir sin dejar rastro es adictivo. Porque piensas que así los demás se sentirán como te sientes tú, porque castigándoles te sientes importante, porque es fácil, porque sólo es un “click” (aunque en realidad no es sólo un “click”, es un abismo que te separa del mundo y que dice mucho más de ti que de aquello que supuestamente no te gusta); porque es anónimo, porque “que se joda”, porque te ríes y te lo disfrutas, porque es el sustituto del orgasmo que hace siglos que no tienes… porque tampoco tienes compasión.

Y es que es imposible tener compasión con los demás si no se ha practicado antes con uno mismo, si uno mismo no se quiere o se conoce, si tiene que esconderse…

Por supuesto que hay cosas que a mí no me gustan, y por supuesto que me queda tanto que entender y que aceptar, que reconozco que a veces se me llevan los demonios porque éxito y mérito no vayan hoy en día de la mano, en mi opinión. (Sí, a veces se me olvida el párrafo cuarto a mí también).

La última vez que me ocurrió, volvió a ponerme en mi sitio un gran tipo en una charla de las que valen lo mismo que un postgrado. Me explicaba que él hace lo que le sale del corazón, y que sigue aprendiendo y esforzándose para hacerlo mejor cada día. Que hay que saber reconocer el valor de lo que hacen los demás. Y que si lo que se hace es bueno, ¿qué pasa? Y si es malo, ¿qué pasa? ¿Dónde está el problema? ¿Y a ti qué más te da? ¿Por qué te afecta? (Zasca… Tus miserias al aire, ¿y ahora qué?)

Que nadie es tan bueno como lo mejor que ha hecho en su vida ni tan malo como lo peor que ha hecho o hará. Que lo que queda entre esos dos extremos, señores, es un ser humano, y aquí todos venimos a jugar, a hacer las cosas que hemos venido a hacer porque no podemos no hacerlas, y que mientras le echemos cariño y humildad, es suficiente.

Si te gusta o no, es otra cosa. Si tú hubieras corregido un par de trazos del Guernica, como buen “hater” de manual, es otra cosa. Si no lo has entendido, si crees que podrías mejorarlo pero no te atreves a intentarlo, es otra cosa.

Si tuvieras compasión… si te tuvieras compasión a ti mismo, sería otra cosa.

Pero como dice otro gran tipo, “nos falta cariño y nos sobra basura”. Falta compasión y sobran miedos. Falta amor y a algunos, les sobra tiempo.

Seamos amorosos. Seamos compasivos, respetuosos y educados. Entendamos que cada uno hace lo que hace lo mejor que sabe, que con las pasiones y los sueños no se juega, que el silencio es algunas veces el mejor maestro y que nuestra opinión no siempre es importante.

Deja de odiar, Mr. Hater. Ocúpate mejor en descubrirte y enséñate al mundo. Descubre que puedes ser canción, poema, lienzo, (o futbolista, o astronauta, o veterinario), o simplemente sonrisa, pero haz que sea una sonrisa de verdad, acompañada de una mirada de verdad, llenita a reventar de amor del bueno, del que no te puedan arrebatar, digan lo que digan, lo diga quien lo diga.

Nadie, aquí todos estamos aprendiendo.

Nadie, te queremos.

--

(P.D.: Me acabo de dar cuenta de que si no contamos la hache, que al fin y al cabo es muda, "haters" y "artes" tienen las mismas letras. Qué cosas...).


Fotografía de Lobostudio Hamburg

martes, 10 de mayo de 2016

Ella es océano

Hoy es el cumpleaños de una de las personas más importantes en mi vida, alguien que representa la palabra "amiga" y la palabra "querer" y la palabra "vida" entre otras muchas.

Ella es bendición, y el mundo me la puso delante para que se me pegara algo. ¡Te quiero Sister!



Ella es agua limpia, cristalina. Es gota y océano a la vez.

Ella sabe cómo hacer de tripas corazón, y de corazón enjambre.

Sus ojos son verdad, su risa amor y su abrazo fuerte, casa.

Ella es compañera del camino, ella es destino, y llegarle es fácil (cuando se deja y quiere, como debe ser).

Vive a medio salto entre la tierra y el cielo y algunas veces juega a atrapar nubes. Luego las suelta y las sopla, y las sigue con la mirada mientras rumia consejos de madre por lo "bajini" (ten cuidado, mira por dónde vas).

Ella baila tirando a espantapájaros, pero no se puede ser más libre que cuando ella baila.

No cambiaría por nada mirarla sin hablar, seguir compartiendo juntas todas las contraseñas secretas del mundo, y seguir inventando señas para luego no acordarnos de qué significaba cada una y que dé igual, porque todas acaban siempre en carcajada.

Ella es un privilegio, un regalo con piernas que supo quitarse el lazo.

Con ella me escaparía a ver el mundo entero sin llevarnos nada más que lo que somos.

Y cuando tuviera sed, me la bebería, porque ella es agua y es gota, pero también es océano, y su océano... nunca se termina.




viernes, 6 de mayo de 2016

Matar a Don Juan

¿Don Juan, Dios o mis entrañas?

¿Cuál es la excusa?

¿Con qué culpa me quedo? ¿Con qué miedo?

Pinto pinto… de oca en oca… de puente a puente…  

Sí.

De siglo a siglo….
                                    Y yo pregunto:

¿Quién matará a Don Juan?
                                            ¿Quién osa?
                                                                 ¿Quién se calza ovarios suficientes, además de 
orgullo,
rencor,
inmadurez,
desesperación,
edad
o puro instinto?

Ovarios he dicho, sí. Leísteis bien.

Porque a Don Juan sólo puede matarle una mujer. 
Más digo: a Don Juan han de matarle cada una y todas las mujeres. 
Don Juan ha de morir a manos de una mujer al menos una vez en su vida. En la de ella.

Pero y Don Juan… ¿Don Juan... qué culpa tiene?

¿Por qué ha de redimir su nombre toda la soledad del universo?

(¿La de cada universo que somos todas las mujeres?)

¿Por qué ha de cargar tanta miseria ajena?


Cría fama… y llámate Don Juan…

                                                          Y yo pregunto:

¿Qué hace Don Juan que no hagamos nosotras?
                                                                             ¿Qué, sino servirse del resto? Y dicho esto,
¿qué hace de distinto?

---

-  ¡Ah, la naturaleza!
    
      - ¡Ah, pero no! No, que ahora todo ha cambiado. Y somos feministas. Y que si la conciliación… y usted y “usteda”...

      - Sí… Pero ¡ah, la naturaleza! ¡Y ovarios al poder! ¡Y toda esa sangre que pide a gritos ser algo más que sangre solamente!

      - Ya… pero y el libre albedrío, y simplemente la palabra “libre” (que nunca hubo vocablo más obsceno. Ni tan siquiera “amor”, que es el siguiente).

      - Pero ¡ah, la naturaleza!

      - ¡Ah, pero no! Que tenemos pensamientos y pensamos. Y tenemos conciencia y concienciamos. Y tenemos alma y así “almamos”. (Que “amar” es otra cosa, pero a mí no me preguntes, y a Don Juan tampoco).

      - ¡¡¡Que sí…!!! pero que ¡¡¡ah, la naturaleza!!!

      - ¡Que ah, pero que no! Que ahora podemos elegir –dijeron al unísono en el mundo todas las mujeres menos una- .

Que ahora podemos elegir. Pero la culpa… la culpa es de Don Juan.






Fotografía de Henry Hustava