domingo, 19 de agosto de 2018

Matar al poeta


No sé si el problema de la poesía es la poesía. (Sé muy pocas cosas, ya os lo adelanto).

Parece que todos los años cae algún artículo, (no falto de mucha razón, en mi opinión, pero no toda), que descalabra a poetas emergentes o ya emergidos (algunos a base de un trabajo de décadas, la mayoría pillando la ola del viento a favor). Como si matar al poeta fuera la clave.

Matadme a mí. Quizá así me encumbréis a mí también.

Matadme por estar de acuerdo en que la poesía actual es una mierda. Que los poetas de hoy somos, a grandes rasgos, una mierda. Que falta a raudales autoexigencia y a las editoriales la exigencia que no les resulta necesaria cuando la caja suena de todas formas.

Pero hay muchas más cosas que no sé.

No sé si es lícito criticar desde el otro lado. Enseñadme vuestros poemas y hablaremos. O dime a qué te dedicas y hablaremos. Me encantará aplaudirte y aprender. O quizá sí. Puede que, para tener una opinión, incluso fundamentada, no sea necesario “estar dentro”. En serio, no lo tengo claro.

Tampoco sé si se puede criticar un trabajo que sale del trabajo. Y no hablo aquí de los que escriben (o escribimos) frases absurdas y aleatorias sin tildes ni signos de puntuación como el que hace churros, mientras suena invariablemente el clinclinclín de la máquina registradora. Hablo de quien antes de escribir lee, y le echa tiempo a escribir, y se corrige, y no piensa en el verde, sino en el transparente del desnudo y sin expectativas. De estos también hay, creedme. Algunas creaciones, las que tienen alma (tengan o no calidad artística), nacen de la esencia, del esfuerzo, del compromiso con uno mismo y del regalo. Esto siempre me parecerá digno de un respeto sin fisuras. Lástima que pocos conozcan la trastienda del poeta. Ni siquiera muchos de los que llamamos “poetas” hoy en día.

Pero sí sé algunas otras cosas, no os creáis.

Sé que lo que signifique para ti el dinero puede determinar tu vida. Hablo aquí de las editoriales que empiezan con buenas intenciones hasta que dan un pelotazo. Y hacen virar su propio viento para ir buscando “poetas” con miles de seguidores, y a la mierda los textos, las correcciones, y el propio poeta al que se le vende una vida estelar de seis meses (que es lo que tardan en exprimirse las ventas, para el que no lo sepa), y luego si te he visto no me acuerdo. Hablo de creer en un autor, en su obra y en su evolución, al margen de followers y likes. Del auténtico compromiso con la poesía en mayúsculas. Hablo de responsabilidad editorial. Si alguien la ha visto alguna vez, que me la presente, por favor.

También sé que los propios poetas no nos exigimos ser mejores. Porque el talento se tiene o no se tiene (sí, amigos, siento tener que ser yo quien os lo diga), pero si se tiene, se trabaja.

Recuerdo que hace años pensaba (me voy a echar al barro sin manguitos), que mi poesía, si así puede llamarse, no triunfaba por mi culpa, no por la culpa de mi poesía. Pensaba que no cumplía el decálogo del poeta triunfador. No vengo de la música, soy demasiado mayor para volver “loco” a mi público, soy mujer, y hetero (y eso es imperdonable), y no me compadreo con la endogamia poética porque me da repelús (ellos se lo guisan, ellos se lo comen), lo que no quita que tenga grandes y buenos amigos en el mundo “poetil”. En fin, que no doy el perfil. Esto lo sigo pensando algunas veces, os lo reconozco desde el dolor y la vergüenza. (Soy humana, el trabajo con mi ego va, pero despacio, se me disculpe). Pero ahora, afortunadamente, soy más de pensar “Sonia, hazlo mejor. Hazlo lo mejor que puedas. Dale voz a tu voz. Encuéntrate, lee, corrige. No hace falta ser bestseller. Tú no lo haces por eso. No lo llames siquiera poesía, pero trabaja, escribe. Que llegue donde llegue a quien le llegue, pero si amas lo que haces, sólo hazlo”. Hablo de responsabilidad de autor. Si alguien la ha visto alguna vez, que también me la presente, os lo suplico.

Pero lo que menos sé, volviendo al principio, es si la culpa de la poesía la tiene la poesía. Que frases de poemas y canciones como “eres preciosa, incluso con todos esos kilos”, o el rollo de “no puedo vivir sin ti”, “y el anillo pa´cuándo”, “y lo hacemos los cuatro”, derrochan decenas de miles de likes, cuando no millones. Hablo de lo que hay al otro lado. Del que le da al corazón (qué lejos estamos de saber qué es un corazón en estos tiempos…). Hablo de nosotros como grupo, como sociedad. De los mapas con los que ordenamos el mundo, de lo necesitados que parecemos estar de frases burdas de autoestima y placer desconectado, fácil y vacío. Eso. Eso es lo que más me preocupa. Hacia dónde vamos. Hacia dónde estamos consiguiendo que se encaminen las generaciones que tienen que salvarnos. Y, sobre todo, salvarse. Qué estamos haciendo para que descubran su esencia lejos de postureos, selfies con poca ropa y medicinas que llevan en su composición el mismo veneno que pretenden erradicar.

Un amigo me dijo algo hace años, (los mismos que he tardado en entenderlo): “la poesía no se come”. Y así es. Para bien y para mal.

Al fin y al cabo, hacer versos, aunque malos, no se puede comparar a atracar bancos, abandonar mascotas o dirigir el país a golpe de interés.

No somos para tanto. No maten al poeta. No desplieguen desde la ira, o el miedo. Dejen de mirar hacia ese lado y contemplen el paisaje completo, abrumador. En su lugar, aireen los nombres de poetas dignos, talentosos. Dedíquenles espacio en esos mismos diarios. Recuerden a los buenos, los pocos de ahora y los muchos de antaño, y saquen a los balcones sábanas con poemas de Neruda.

Valoremos lo que sí. Hagamos algo bien, desde el amor, como no puede ser de otra manera. Eso sí sería poético…

Pero no sé… yo no sé nada. Nada salvo una cosa: que me gusta escribir, que escribo, y que el éxito es un concepto personal e intransferible, que no deberíamos dejar que nadie definiera por nosotros.



lunes, 2 de julio de 2018

Paraísos estériles


A estos paraísos estériles que somos,
que no somos,
que dormimos al calor de una película
en la que sólo arden brasas,
acostumbrados a que la distancia queme.


A estos que somos,
tan hábilmente incapaces
de engendrar nada que cure,
que redima, que alimente,
que nos devuelva la vida; 


nada que brille, nada que sonría,
nada que nos recuerde cuando no seamos,
como ahora, 

como siempre, 
como nunca,
como unos inexplorados paraísos
en los que nadie dejó una sola huella,
ni clavó banderas,
ni supo de sus nombres,
ni buscó.


A estos desconocidos paraísos,
a los que que en realidad somos...
no nos sueña nadie.




Pintura de Annete Merrild