domingo, 30 de julio de 2017

Mis bendiciones

Ojalá te sirva.

Ojalá todos tus días, abril,
tus noches, fiesta.

Ojalá Cupido en tu ventana
y Campanilla a los pies de tu edredón

Ojalá tu vida sea la vida,
tu tiempo, de ti.

Ojalá te llueva cuando quieras
que te crezcan flores.

Ojalá en tu cara
arrugas de reír.

Ojalá no dejes de ir, llegando.
Ojalá se cumpla lo que pidas.

Ojalá feliz.
Ojalá libre.
Ojalá que siempre sea "sí".

Ojalá quepan mis bendiciones
en el archivador de tus recuerdos
que empiezan por "s".

Ojalá te guste este poema.

Ojalá me creas.

Ojalá te sirva, 
y te perdones.


Foto de Chunkuk Bae


domingo, 16 de julio de 2017

La realidad no existe



“La” realidad no existe. No para nosotros.

Existen tantas realidades como seres humanos, cada uno percibiendo y procesando información con sus particulares filtros de creencias, emociones y capacidades de serie. No hay dos realidades iguales, sino cientos, millones de realidades personales, todas incompletas, incapaces de abarcar "la" realidad.

Y si “la” realidad no existe, “la” verdad tampoco. No hay dos verdades iguales, sino cientos, millones de verdades personales, todas diferentes. Todas verdades válidas. Ninguna “la" verdad.

Arrojar conciencia sobre esto, observar y observarnos sabiéndonos dentro de este juego, relativiza los enfrentamientos, la ira, la violencia, la competición, el odio, la frustración. Minimiza los ataques y las defensas.

Nada es tan importante como creímos. Realidad y verdad son relativas inevitablemente. Un juego de luces, nada más.

Todo nos puede servir para aprender, para entender, hasta donde alcancemos. Entender no la realidad, ni la verdad, que nos son inalcanzables, sino nuestra realidad y nuestra verdad, nuestros mecanismos, la forma en la que nos vemos y vemos el mundo, y ajustar parámetros cuando sea necesario (¿y cuándo no lo es?).

Negar el cambio es negar el mundo.

Negar el dolor es negar el mundo.

Cada día puede ser vivido como una oportunidad de conocerse, de entender nuestras estrategias, nuestros automatismos, nuestras emociones, nuestros apegos, cuándo amamos bien y cuándo podríamos haber (o habernos) cuidado mejor.

El camino del autoconocimiento, por un lado imprescindible, puedes ser un laberinto interminable. Dar vueltas y más vueltas en torno a “¿quién soy yo?”, no tengo claro que sirva para mucho, teniendo en cuenta que integramos los opuestos, y que todos somos, en esencia, la misma cosa. Más interesantes me parecen las preguntas “¿soy todo lo que puedo llegar a ser?, o “¿cómo puedo alcanzarlo, alcanzarme?”.

Hay que quererse mucho para aprenderse y a la vez darnos la importancia justa, tenerse paciencia y compasión, estar dispuestos a prescindir de todo lo que creemos y abrirnos a otras formas de alumbrar la vida.

El autoconocimiento, por otro lado, no tiene sentido si no se comparte, si no se regala. La evolución personal no sirve si no se proyecta, si no permite dar cancha también al otro, reconocer su propio camino y su velocidad. Ser mejores (más conscientes) no cambia nada si no nos ponemos al servicio del mundo.

En última instancia, el truco quizá esté (qué sé yo) en des-velar el juego, “la” realidad.

Trabajar en construir nuestra realidad, en esta pantalla que se llama “hoy” donde todos salimos a jugar, y podemos lanzar una pelota que no depende de nosotros cómo nos devuelvan, pero sí cómo recoger de vuelta.

Des-velar (quitar el velo a) la importancia de las cosas. Nuestra propia importancia.

Salir del banquillo y jugar a lo que somos, pantalla tras pantalla.

Practicar la tríada esencial: amar, soltar (quizá sean sólo uno) y seguir aprendiendo.



Esta es mi verdad de hoy. Mañana será... mañana.