“La” realidad no existe. No para nosotros.
Existen tantas realidades como seres humanos, cada uno
percibiendo y procesando información con sus particulares filtros de creencias,
emociones y capacidades de serie. No hay dos realidades iguales, sino cientos,
millones de realidades personales, todas incompletas, incapaces de abarcar "la" realidad.
Y si “la” realidad no existe, “la” verdad tampoco. No hay
dos verdades iguales, sino cientos, millones de verdades personales, todas
diferentes. Todas verdades válidas. Ninguna “la" verdad.
Arrojar conciencia sobre esto, observar y observarnos sabiéndonos
dentro de este juego, relativiza los
enfrentamientos, la ira, la violencia, la competición, el odio, la frustración.
Minimiza los ataques y las defensas.
Nada es tan importante como creímos. Realidad y verdad son relativas inevitablemente. Un juego de luces, nada más.
Nada es tan importante como creímos. Realidad y verdad son relativas inevitablemente. Un juego de luces, nada más.
Todo nos puede servir para aprender, para entender, hasta
donde alcancemos. Entender no la realidad, ni la verdad, que nos son
inalcanzables, sino nuestra realidad y nuestra verdad, nuestros mecanismos, la
forma en la que nos vemos y vemos el mundo, y ajustar parámetros cuando sea
necesario (¿y cuándo no lo es?).
Negar el cambio es negar el mundo.
Negar el dolor es negar el mundo.
Cada día puede ser vivido como una oportunidad de conocerse,
de entender nuestras estrategias, nuestros automatismos, nuestras emociones,
nuestros apegos, cuándo amamos bien y cuándo podríamos haber (o habernos) cuidado mejor.
El camino del autoconocimiento, por un lado imprescindible, puedes
ser un laberinto interminable. Dar vueltas y más vueltas en torno a “¿quién soy
yo?”, no tengo claro que sirva para mucho, teniendo en cuenta que integramos los opuestos, y que todos somos, en esencia, la misma cosa. Más interesantes me parecen las
preguntas “¿soy todo lo que puedo llegar a ser?, o “¿cómo puedo alcanzarlo,
alcanzarme?”.
Hay que quererse mucho para aprenderse y a la vez darnos la
importancia justa, tenerse paciencia y compasión, estar dispuestos a prescindir
de todo lo que creemos y abrirnos a otras formas de alumbrar la vida.
El autoconocimiento, por otro lado, no tiene sentido si no se comparte, si no
se regala. La evolución personal no sirve si no se proyecta, si no permite dar
cancha también al otro, reconocer su propio camino y su velocidad. Ser mejores (más
conscientes) no cambia nada si no nos ponemos al servicio del mundo.
En última instancia, el truco quizá esté (qué sé yo) en des-velar
el juego, “la” realidad.
Trabajar en construir nuestra realidad, en esta pantalla que
se llama “hoy” donde todos salimos a jugar, y podemos lanzar una pelota que
no depende de nosotros cómo nos devuelvan, pero sí cómo recoger de vuelta.
Des-velar (quitar el velo a) la importancia de las cosas. Nuestra propia
importancia.
Salir del banquillo y jugar a lo que somos, pantalla tras pantalla.
Practicar la tríada esencial: amar, soltar (quizá sean sólo uno) y seguir aprendiendo.
Practicar la tríada esencial: amar, soltar (quizá sean sólo uno) y seguir aprendiendo.
Esta es mi verdad de hoy.
Mañana será... mañana.
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