Es un sacador de sonrisas,
un provocador de carcajadas en serie.
Generador de endorfinas,
oxitocina y serotonina en vena,
(¿que para qué quiero yo más medicina?)
Tiene un tacto delicado y elegante
y una lengua dulce que acaricia
con una ternura que ya lamentablemente no se estila,
de esa que cuando me besa me estremece.
Son sus ojos dos cristales opacos, desgastados,
que no me dejan ver lo que hay detrás,
pero se encienden siempre, vivos,
si se alejan entre sí las comisuras de sus labios.
La longitud de su pelo es suficiente
(ideal, sería más exacto)
para agarrarlo fuerte como crin al galope
y aguantar bien la carrera sin tocar el suelo antes de tiempo.
(“Tú me sacas una cabeza, juntando los años, sumamos sesenta”
canta la Caramés desde mi cuarto.)
Esto es todo lo que sé por el momento
y empecé a echarme a temblar cuando sabía sólo la mitad.