viernes, 15 de diciembre de 2017

Guárdame

Si sabes guardar secretos, guárdame.
Que nadie nos sepa nunca.

Improvisemos una “habitación en Roma”
en un hostal sin ventana en Lavapiés.
Explotémonos hasta dolernos,
y después, sin prisa (y por favor),
me explicas tus poemas.

Mientras, yo puedo jugar a ser tu Sharon,
o tu Yoko.
O Lina, o Jackie, o Lolita.
O Juana.
O Santa Teresa de Jesús.

Ya nos oigo reír,
ya nos veo hacer complicidad
como dos niños debajo de la mesa,
definiendo la revolución
ajenos a toda revolución.

Yo, que sé guardar secretos, ya te guardo,
y es por eso que no cuento que tus ojos,
que tu boca,
que tu perfecto y difícil equilibrio
entre hambre, súplica, imperativo e insulto
en sublime ejecución.

Ni cuento que, por tu culpa, mis caderas,
ni que mis crestas,
ni que mi lengua, no…
Ni que mi cuello.
Ni que este poema nació mientras mis dedos.

Te guardo como yo me guardaría:
sin levantar sospechas;
negándome la suerte del impulso,
sujetándome el gesto
para que no te alcance este indecible
que clama por la tiza en las paredes.

¡Guardémonos del mundo!
Silenciémonos para con todos.
Reservémonos, incluso a nosotros mismos,
desde el pronóstico a la moraleja.

Bailemos un primer tango en Madrid,
sin que nadie acierte nunca a adivinarnos.



Foto de Alexander Rumpel


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