lunes, 24 de mayo de 2010

Sólo silencio


Cuando debió oírse el portazo,
sólo sonó el silencio,
que retumbó en carambola
por todas las paredes de la casa.

En lugar del portazo, sólo silencio.

Me levanté a cerrar y ya no estabas.
Empujé y empujé, mano extendida,
dejándome la muñeca en esa chapa.

Me ayudé de cadera, hombro y rencores.
Utilicé también la diplomacia.
Le pedí por favor “cierra, puertita”.
Pero no me escuchó la condenada.

En lugar del portazo, sólo silencio.

Improvisé un cerrojo con cadena.
Enjuagué las bisagras con aceite.
Cambié el pomo por una cerradura
rezando por que cambiara mi suerte.

Cambié pacientemente cada marco,
restauré la pared, el suelo, el techo…
remodelé, al final, la casa entera,
por ver si por despiste me cerraba.

La entretuve con trucos, ilusionismo,
le conté cuentos, canté nanas, chistes malos…
Cuando estaba distraída empujé fuerte
pero aún sigue sin cerrar, sin ti, sin nada...

En lugar del portazo, sólo silencio...

Yo que te abrí, ignorante, y dije “pasa”.


sábado, 22 de mayo de 2010

Cartas


Sigo guardando tus cartas.

A veces paso las horas releyendo.
Me imagino que las palabras vuelan solas, bailan y se recolocan, e invento así conversaciones nuevas, como si estuvieras.

Recreo tu cara traviesa y tu mirada distinta, noto cómo me acaricias la mano como si tal cosa, como si no te dieras cuenta (disimulas,
para que yo no sepa que te importo)
... y nos reímos…

Aprovechamos entonces para hacer todas las cosas que faltaron,
para rellenar los huecos (a mi antojo).

Nos hacemos zancadillas y burlas, y nos echamos espigas en la ropa;
Nos hacemos aguadillas y echamos galletas rotas al tazón del desayuno.
Tú te comes la última onza de chocolate y yo…
juego a cambiar el canal cuando hay partido.

Nos faltó hablar del tiempo, terminar a medias crucigramas.
Se quedaron cortos los silencios envolviendo las horas en la tregua.
Nos faltaron paseos y cafés, amaneceres.
No pensamos los nombres.
No hubo flores, ni un maldito violín que me avisara…

Fueron pocas las siestas, más aún los despertares anudados con resaca.
Se me hacen, al recuerdo, cortos los besos y ligeros los abrazos,
que tan largos e intensos parecían cuando había, cuando eran…

Si lo hubiera sabido… pero nunca sabemos.
(Ni un maldito violín que me avisara…)

Ahora falta casi todo:
el aire a ratos y sobre todo el olvido (quién pudiera…)
Nos faltó un portazo o un chillido,
un mal final, de los que duelen mucho pero cicatrizan pronto.

Y aún me faltan muchas cosas que no encuentro…
Pero ¿quién quiere hablar del tiempo con extraños?

Mejor releer las cartas, y escuchar cómo aún se ríen los que fuimos.


lunes, 17 de mayo de 2010

Aquellas fotos


Nosotros ya no somos los que fuimos,
los dos de aquellas fotos. No lo somos.
Si acaso alguna vez lo parecimos,
"alguna vez" quedó para nosotros.

No encajan los perfiles,
no se parecen siquiera nuestras sombras.
Si acaso alguna vez nos entendimos,
"alguna vez" quedó lejos de ahora.


No somos tú ni yo, si es que lo fuimos.
Ni rastro (¿lo soñé?) de aquel "nosotros".
Alguna vez, en sueños, me besaste.
Ayer también. Y hoy miro aquellas fotos.


sábado, 15 de mayo de 2010

lunes, 10 de mayo de 2010

La bola de madera, Pieza nº 5 de JIRONES


¿Por qué?
Todo este tiempo se lo habría estado preguntando, si tuviera vida.
Yo me lo pregunto por ella.

Estaba allí, en la estantería donde la colocaste cuando la salvaste de su abandono.

"¿Para qué la querrá?" Pensé. Ahora lo sé: para nada.


La abandonaste después, la dejaste en esa estantería tan desnuda.
Pero entonces, ¿por qué la recogiste? Fue un antojo.

Cambiaste el rumbo de su destino por un capricho momentáneo. Quizá estaba donde la encontraste porque era su camino, porque era donde debía estar para encontrarse con quien supiera cuidarla de verdad.

Donde la dejaste la encontré, y creí verme en ella. De repente sentí mucha pena y me emocioné, y como si de un gatito callejero se tratara, la cogí, la metí en mi bolso y me la traje. Creo que estoy perdiendo la cabeza...

De camino a casa le hablaba desde mi pensamiento, "ya pasó, ya pasó", mientras soportaba en mi hombro el quintal de su peso, que asumí como merecido castigo y penitencia, por haber dejado que me recogieras y me abandonaras.

Sentada en el Metro me preguntaba qué haría con ella, y me asusté al vislumbrar que quizá estaba haciendo lo mismo por lo que te culpo a ti. La tengo escondida en casa y pienso que descansa tranquila, que se cura de tu desplante y que su autoestima se recupera de tu golpe y de quién sabe cuántos más antes que el tuyo.

Sí, ya lo sé, debo estar perdiendo la cabeza.