martes, 21 de febrero de 2017

Pura oquedad

Somos pura oquedad.

Colador por donde ver salir la buena suerte,
pepitas de oro atravesando sin dificultad la criba.

Triste inventario de agujeros por los que escapa
todo lo que no sabemos retener.

Somos huecos gigantes,
huecos andantes sin rumbo,
apenas derrochando en otros huecos
que no se han aprendido.

Somos la insensatez erguida en brecha,
los pasos hacia el bache,
los ojos hechos pozo,
la boca abierta en fosa interminable.
Puerta de sólo salida, el corazón.

Somos la herida abierta,
el ojal sin botón que se le pose,
el roto sin coser,
sinfín de cavidades infinitas
a merced del frío.  

Dónde podría siquiera el amor posarse,
quedarse, acaso…

Dónde plantar su semilla,
en qué no-suelo.
Cómo avenirse a vivir entre tanto vano
pulido dejadamente por el tiempo…


Fotografía de Vladimir Kramer

lunes, 20 de febrero de 2017

Cinco segundos

Cinco segundos.

En cinco segundos te encuentro, te miro, te sonrío; te pido perdón por el retraso y te abrazo, desordenando el pasado, poniendo en duda todos los recuerdos y el contador a dos.

Una pequeña eternidad.

En una eternidad muy pequeñita nos montamos en una burbuja, y yo la cierro por dentro con llave, cuando tú no miras. Y así, flotando, nos movemos por el mundo, haciéndonos sitio entre la gente, en las plazas, las barras de los bares, contando los roces casuales y el tiempo que pasa hasta el siguiente.

Así. Tan solos. Tan medianamente cerca, tan nuestramente a medias, tan míamente nuestro, tan nosotros. Tan de nadie ninguno de los dos. Como dos súper héroes controlando sus poderes para que nadie salga herido, por una vez.

Cinco segundos.

Esos cinco segundos en los que no hablamos y en los que cupo todo el universo, las cosas que nunca nos dijimos, que nos salieron entonces por los ojos. Cinco segundos en los que sí que fuimos. Nosotros. Libres. De verdad.

Una pequeña eternidad.

Y Madrid. Y una burbuja invisible que nos protegía del resto, que nos escondía del destino para que no nos castigara por no estar donde dijo que nos correspondía.

A la mierda el destino. 
Fue nuestra merecida 
pequeña 
eternidad. 
O la mía. 
O tampoco.

Sólo he tardado en volver a dudarnos
                                                             cinco segundos.


Fotografía de Noah Silliman