Nunca he vivido despedidas de aeropuerto,
ni de estaciones de tren.
Mis adioses nunca son de cine.
Soy más de despedidas contenidas
entre un abrir y cerrar de ojos,
escondidas tras un “hola, ¿qué tal?”
(yo bien, ¿y tú?)
o llenando silencios, siempre cortos.
Unas veces se van
y otras les voy,
pero siempre soy yo la que se queda,
la que nunca se mueve.
En mi cama, una gata ronronea
y me promete
que se quedará conmigo para siempre;
Como si “siempre” existiera;
Como si aún le quedaran siete vidas;
Como si me estuviera diciendo la verdad.
Si no fuera porque nunca me deja dormir sola
le diría que sé
que también miente.
precioso.
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