Me lo pide el cuerpo, mira tú.
Me presento. Tengo 39 años. Dependiendo de qué edad tengas
tú, puede parecerte mucho. A mí me parece poquísimo.
Dediqué los primeros 24 años de mi vida a estudiar. Se me daba bien. Gracias al esfuerzo de mis padres, tengo una licenciatura (de las
antiguas, de cinco “añazos”) y un curso de postgrado, en una materia que nada
tiene que ver con mi actual ocupación y que, sin embargo, me aportaron más que
mucho. Para muestra un botón: sé escribir sin faltas de ortografía. Ya ves.
Según mi vida laboral, llevo 16 años trabajados (no sé
cuántos llevas tú, pero a mí estos me parecen muchos…) de los cuales los
últimos ocho han sido, y espero que lo sigan siendo, como autónoma, dejándome
la piel en sacar una empresa adelante, en época de crisis económica, pagando
religiosamente unos impuestos y unas cuotas de la Seguridad Social de los más
altos de Europa. Los ocho primeros años incluyen trabajos temporales para pagar
mis gastos, un contrato de becaria, una empresa que me contrató como “ejecutiva de cuentas” y en
la que me pusieron a servir café a los clientes (dejé el trabajo la semana
siguiente) y un par más. Aquella empresa que no llegó a darme de alta, no. Ésa no
aparece, obviamente. Y en todas aprendí infinidad de cosas y lo agradezco.
Tengo una gata. Cada vez que la miro me digo que ella es el
universo entero. Que todo el universo está dentro de ella, como está en los árboles, en
los niños y en cada uno de nosotros.
Hablando de niños, tengo dos sobrinos maravillosos. Mi preciosa Paula
de 4 años y mi fantástico Adrián de 9. Y me preocupan. Creo que la educación
es lo único que puede cambiar el mundo. Y no hablo sólo de enseñar lengua o matemáticas, ni de presumir de colegios bilingües (lápiz pencil, pluma pen), sino
de reconocer, valorar y potenciar el propio talento, la cooperación en lugar de la competitividad, la
conciencia... Sí, me preocupan mucho.
Puedo contaros también que mi padre sufre esclerosis
múltiple. Se la diagnosticaron cuando tenía 33 años. Ahora tiene 68. Esto viene
significando que mi madre le dedica cada uno de sus días desde hace 35 años, lo
cual hace un total (sin contar los veintinueves de febrero) de 12.775 días, que se dice pronto. Confiamos en que queden
muchos más, porque a pesar de todo, lo que más se oye en esa casa son risas.
(Sí, son unos cracks.) Así que entenderéis que también me preocupe mucho el tema
de la sanidad y las ayudas a la dependencia, así como la inversión en investigación
de enfermedades sin cura, y a la par, su prevención.
Me apasiona el arte. En todas sus manifestaciones. Escribo poesía por hobby y tomo clases de interpretación. Me encanta
la música. Soy más de concierto que de CD. Y creo firmemente que hay
que ampliar el espacio que ocupa el arte en nuestras vidas, por nuestro propio
bien.
Bueno, pues ya está. Creo que como resumen, no está mal.
Dicho esto, sólo me queda añadir que ni me gusta, ni me interesa nada la
política. De nunca. Antes solía decir que tampoco entendía, pero de un tiempo a
esta parte, y con semejante resumen curricular, no tengo claro que así sea.
Los que me conocen saben que soy vitalista, positiva, que
paso la mitad del día riéndome, que soy de impulso fácil y de pasión sin
control.
No soy perfecta. Ni impermeable a las opiniones de los
demás. Estoy convencida de que todo el mundo hace cosas bien y cosas mal.
Todos. Sé que no siempre tengo la razón, y estoy dispuesta a dejar que me
convenzan.
Pero no cualquiera.
Lo siento, pero no.
¿Sabéis cuando se muere un familiar, o te deja tu pareja y alguien
te dice “te entiendo”, “sé lo que sientes” y otras lindezas similares que están a años
luz de lo que tú sientes, de lo que te pasa, y te dan ganas de decir “no tienes
ni puta idea, pero gracias”?
Pues eso me pasa a mí últimamente con tanta palabrita fácil
sobre política, de un lado y de otro del hemiciclo, y esa incómoda sensación es
la que me lleva a escribir esto:
Si vas a darme lecciones, asegúrate de saber más que yo. Si no es así, no me juzgues. No me hagas perder un solo segundo. Que ni se
te ocurra hacerme escuchar discursos populares, contemplar gestos vacíos en busca de portada, darme consejitos con la ceja levantada y moviendo mucho las manos, o
plantearme teorías políticas facilonas, si no has pasado, como mínimo, repito,
como mínimo, por todas y cada una de las cosas que he pasado yo (como tantísima
otra gente, salvo, parece ser, los que acaparan periódicos y escaños).
¿Y sabes por qué?
Porque no tienes ni puta idea.
Pero gracias.
Ole mi niña!! Se puede decir más alto pero más claro, imposible
ResponderEliminarCreo que todos estamos ya un poquito hartos de tanta política, tanta palabrería y ningún significado dentro.
Hombre ya... jajajaja, ;) :*
EliminarTe ha faltado decir que se te da genial disfrutar del momento y tomar cañas con amigas. Cañas que forjan lazos, que sacan tristezas, cañas que generan una complicidad difícil de entender si no las tomas.
ResponderEliminarQue respetas y escuchas. Eres una persona de verdad, y a mi me ha gustado mucho compartir ratos contigo, que espero q vuelvan a ser más largos.
La última caña (la mía media q tengo poco aguante ;)) me hizo mucho más bien del q jamás hubieras podido imaginar.
Un abrazo, valiente.
Carmen.-
Hala, ya me has emocionado, amiga. Pues nos tomamos la otra media cuando quieras, porque compartir contigo es una maravilla. Abrazo gigante, chuchi.
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