domingo, 31 de julio de 2016

Verano en Madrid

El día ha atardecido lento.

Este lánguido “Hoy” ha empezado a las cuatro y cuarto de la tarde, y se mueve con la pereza de quien no halla rumbo.

Lentos se deslizan los carritos de la compra sobre el pavimento.

Lentamente mueven la cabeza los abuelos sentados en el banco de siempre, los únicos que hoy se han atrevido a rendirse y a no huir, a pararse, sentarse y mirar, girando la cabeza, los pasos, el pasar de la gente, el posar de pies que demora lo que parecen horas sin serlo, pues a este día aún no le han llegado los minutos. Tan sólo larguísimos segundos que no consiguen organizarse en grupos de sesenta.  

Pesa el sol. A saber de quién se está vengando, qué le habrán hecho, pero pesa toneladas contra la piel que intenta pelearle. Los gatos no se mueven debajo de los camiones. Yo me escondo bajo mi soledad, que me hizo sombra siempre, y se agradece.

Este día, que no acaba de llegar ni quiere irse, arrastra un amarillo amarronado. Trae al cuello desgana y apatía, trae sinrazón, trae existencialismo, preguntas de tres en tres, un botón en el que al pulsar suenan aplausos y otro en el que se escuchan carcajadas, como en la tele, para que cada cual se engañe como guste sin necesitar moverse del sofá.

Hoy no hay aire, o al menos nadie sopla. La gente se mueve como si luchara dentro de burbujas llenas de algo espeso, gelatinoso. Difícil avanzar. Cuesta trabajo y apenas quedan fuerzas.

Hay un coche bajo mi ventana con el motor en marcha desde hace un rato. Unos seiscientos segundos, más o menos, (ni un solo minuto, ésas tenemos). Parece que tiene un plan, un gran destino, parece que se dirige a alguna parte y que está a punto, pero no termina de moverse nunca. Sólo es ruido.

Pienso que somos algo parecido. Un motor en marcha que a veces parecequé, pero que no.

Qué tarde es este día. Qué tarde es esta tarde. Cuánto tiempo lleva entender que el tiempo no existe y qué tarde es cuando se comprende.

Pulso el botón de los aplausos para convencerme de que me gusta lo que he escrito. Mi lado oscuro pulsa el de las carcajadas para que no se me escape el patetismo de acabar de pulsar el botón de al lado.

Se me ha ido de las manos.

Yo sólo quería contaros que es verano en Madrid, y hace calor.




Fotografía de Grant Lemons

sábado, 23 de julio de 2016

Sólo sé que no se ama.



Advertencia. Esta pieza lleva grandes dosis de protesta, autocrítica y tocapelotismo, que pueden herir (seguramente hieran) gravemente tu sensibilidad. Si padeces de intolerancia, conformismo o consideras que, como escuché ayer,“el amor es muy bonito y todo eso, pero…”, deja de leer aquí. No digas que no te lo avisé.


“Nos gana. Nos sigue ganando la batalla el puto miedo. Le sigue partiendo al amor la boca.

Nos siguen faltando los cojones de hacernos las preguntas más difíciles y permitirnos doler para sanarnos. Llorarlo todo. Pasar por esa parte tan jodida de entender lo que somos y por qué, lo que heredamos, lo que nos enseñaron, los patrones que reproducimos y lo que pudimos elegir.

Romper las piezas y armar un nuevo puzle.

Nos falta bajar al suelo, quitarnos la venda, mirarnos en un espejo y reconocernos, querernos antes de que lo hagan otros, conectar con el centro, con la madre Tierra, con la Humanidad en toda su extensión. Nos falta llamar “emocionales” en lugar de “mentales” a la mayoría de los trastornos. Nos falta entender. Nos falta saber que merecemos amarnos sin condiciones y que igual nos amen. Nos faltan caricias, sonrisas, carcajadas. Falta conciliación, camas en hospitales, una buena ley electoral. Falta autoestima. Falta inversión en investigación de enfermedades  sin cura, trabajar en prevención, prestar más atención a los mayores, enseñar con el ejemplo a nuestros niños. Nos falta valentía, nos falta responsabilidad, voluntad de aprender, crecer, seguir evolucionando (y que sea hacia delante). Nos falta perdonar, nos falta saber escuchar con todo el cuerpo, cambiarnos los zapatos. Nos falta empatía, compasión, aceptación. Nos falta meditar. Falta respeto y también falta respeto y eso que termina en “peto” y empieza por “res”. Nos falta amor. Todo el amor nos falta.

Nos sobra ego, importancia, tres cuartos del armario, la mitad del dinero, las marcas (de todo tipo), el apego. Nos sobra dependencia, esclavitud. Nos sobra el machismo y nos sobra el feminismo (no me convenceréis, todo lo que nos divida es la misma mierda), nos sobra la culpa, todas las religiones, los escaparates con maniquíes de la 36, el Tinder, el “ciudadanos y ciudadanas” y la paridad que insulta cualquier inteligencia. Nos sobra corrupción (y a los políticos también). Sobran los aforamientos, las puertas giratorias, los sueldos vitalicios, los funcionarios, el glutamato monosódico, el maltrato de animales para nuestro disfrute lúdico o culinario, los médicos sin alma, los profesores sin vocación, los títulos nobiliarios, Telecinco, la envidia, las zancadillas, los juicios y los prejuicios. Sobran las armas. Nos sobra la segunda mejilla, y la primera. No habrían de hacer falta. Me sobra la fiesta del orgullo gay, los “colectivos”, las etiquetas y hasta la petición de tolerancia. ¿Cómo...? ¿Cómo podría el amor necesitar que se le tolerara? El amor es, el amor se vive, se disfruta, se aplaude, se celebra y se comparte. No hay combinación incorrecta cuando uno ama.

Cómo resumirlo…  A la Humanidad le falta humanidad.

Nos sobran tragaperras y nos falta viajar.

Nos sobran Pokemons y nos faltan libros. Toneladas.

Nos sobran precios y nos faltan valores.

Sobra porno y falta sexo.

Sobran abogados y falta justicia.

Sobran normas y falta sentido común.

Sobran anuncios y faltan dibujantes.

Sobran razones y falta intuición.

Sobran selfies de ombligos y falta terapia.

Sobra ruido y faltan cómodos silencios.

Sobran zoos y faltan selvas.

Sobran vicios. Faltan hobbies.

Sobra pánico a morir y faltan ganas de aprovechar esta bendita vida.

Sobra luchar en contra de la guerra y falta trabajar a favor de la paz.

Sobramos poetas y faltamos amantes.

Existe otro camino. Son cuatro letras, y al revés lees Roma.
Lo único que falta es el amor.

Échale huevos, venga. Ten los cojones de cambiarlo todo.
Que hoy sea el día: Ama. Ama de verdad.”

-Me digo a mí misma todas las mañanas-.


lunes, 11 de julio de 2016

Mis pies y el mar

Mis pies.
Mis pies y el mar.

El tipo de los tatus enseñando a andar a su bebé en la orilla.
La niña quieta que mira las olas con respeto y se lo piensa.
El de los manguitos.
El castillo que todo el que mira se muere por pisar.
La señora mayor con gafas y sombrero, totalmente vestida pero descalza, con bastón y paraguas por sombrilla.
El niño que usa un cazamariposas para atrapar renacuajos y el hombre que remueve la arena en busca de tellinas.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
Mis pies, caminando con prisa, como siempre camino, como si tuviera que huir de no sé qué.

La botella de plástico que flota. Mis maldiciones.
La abuela que se ha pintado los ojos para bajar a la playa. O quizá se los pintó un día y no se desmaquilló nunca.
La melena que le crece al musgo sobre la roca.
La nevera en la que se reproducen picotas y ciruelas de todos los colores.
La sombrilla que vuela.
Todas las embarazadas del mundo, que han venido a parar a la misma playa.
El señor que se mete en el agua con la gorra puesta.
El chico que hay debajo de los tres kilos de crema que le ha puesto alguien que le quiere mucho, y la madurita que hay debajo de ese pellejo quemado que le sirve para resaltar los ojos y los dientes, y que así olvides mirarle el corazón.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
Mis pies, caminando con prisa, como siempre camino, como si estuviera buscando no sé qué.

Los de las palas. Y los del voleibol.
La anciana que te mira y piensa “algún día tú también serás esto”.
Las olas, a las que nada para, porque les da igual todo.
Los africanos vendiendo vestidos y una gitana salada demostrando las mil y una maneras de colocarse el pareo que “casi regala”.
La bandera verde, que nunca es para mí.
La concha blanca que pide a gritos sumarse a mi colección de conchas blancas.
“La Toñi” llamando a gritos “al Joshua”.
Los socorristas con el “comosellame” naranjita, sabiéndose diana de todas las miradas: decepcionadas unas, encendidas otras (al fin y al cabo, el “comosellame” naranjita no deja de ser un uniforme…).
El padre de familia que se esfuerza por hinchar la colchoneta sin perder la dignidad en el intento.
La pelotita.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
Mis pies cruzándose con miles de otros pies menos veloces.

La boya que baila al son del oleaje.
Una toalla en medio de la nada. El que llega y se pone justo delante. El que llega y se pone justo detrás. El que se coloca justo a un lado y el que al otro. Kilómetros de playa vacía alrededor.
Tío y sobrino guerreando con pistolas de agua.
Las cicatrices, las estrías, la carne, las vergüenzas. Lo que es.
La avioneta que arrastra la lona publicitaria (cuando lanzaba balones, el mundo era un sitio más amable).
El que se entierra.
La que se exhibe.
El cubo, el rastrillo y la bendita regadera.
La libélula que viene y va.
La medusa en la orilla que ya ni va ni viene, que ya no nada.

Mis pies.
Mis pies y el mar.
La falta que no hace,
las ganas que no tengo de explicarles por qué camino siempre tan deprisa.

Mis pies sin tus pies y el mar.
Cómo podría yo no apresurarme…



Fotografía de Misstake