Es una suerte que llegue un momento de tu vida, da igual la edad que tengas, en que te hagas preguntas, y desde lo más profundo de tu ser, quieras saber.
Es una suerte (repito, es importante), que te preguntes quién eres, qué cosa, si eres más de lo que te enseñaron, si tienes algo que decir.
Suerte es pararte, frenar en seco, poner todas las cartas sobre la mesa sin joker; mirarte en el espejo y enfrentarte a ti, a lo que eres, a tus virtudes, a todos tus defectos, a todo lo que puedes llegar a ser sólo con soltar lastre.
Es una suerte llegar a ese momento que marca un antes y un después en tu vida, en tu crecimiento personal,en tu compromiso para contigo mismo.
Es una suerte poder con todo eso, con todo tú, con toda tu basura y por encima de todo, con todo lo que brilla en ti, todo aquello de lo que eres capaz.
La vida está esperando ese momento (ésa es la clave): que te aceptes y te quieras, sólo eso, y que entiendas que te espera un largo camino de trabajo, de aprender a quererte mejor para abrirte un nuevo mundo de oportunidades.
En ese momento, cuando sabes quién eres, lo que eres, lo que puedes llegar a ser, eres capaz de ver lo que otros han visto antes que tú; puedes apreciar a los que te quieren por tu esencia, los que saben de lo bueno y también de lo malo. Esa conexión tan íntima, que "es" porque tenía que ser y que está mas allá de las circunstancias. Eso, amigos, que no tiene precio.
Porque lo que tenemos vale infinitamente más que lo que nos falta, y si aún no lo ves, quizá tengas que volver a leer este texto desde el principio, porque lo veas o no, tú también lo tienes.
Hoy me siento afortunada, hoy la vida me sonríe por compartir lo que soy con personitas que se atreven a compartir lo que son.Y ¿sabes una cosa? Que creo (perdóname si me equivoco o si no me explico) que el amor es esto.
Que no se nos olvide.
jueves, 27 de octubre de 2016
martes, 4 de octubre de 2016
Invencibles
Con los años he aprendido que el amor no es una guerra, ni
una sola batalla, por inofensiva que parezca; que el amor no es un juego que uno
gana para que otro pierda.
Con los años he aprendido que algunas veces malgastamos
nuestro tiempo en desconocernos a la perfección, atreviéndonos sólo a
compartir nuestro lado oscuro mientras nos reservamos toda la generosidad de
la que somos capaces, todo lo bueno, lo vivo, lo que brilla.
Con los años he aprendido que las personas que se quieren bien
hacen equipo, que miran juntas la vida desde un espacio común de intimidad
compartida, de complicidad, respeto y confianza, donde ninguno necesita
defenderse porque el de enfrente no es el enemigo, donde se gana más dando que robando,
donde el otro te importa con la misma compasión con la que te importas tú. Un lugar
seguro en el que, juntos, se saben invencibles.
Con los años he aprendido que no todos somos siempre capaces
de entenderlo ni de sentirlo así, que algunas veces nuestras heridas y
barros nos impiden rendirnos, abrirnos en un abrazo desinteresado que no sea
moneda de cambio, punto directo al marcador.
Con los años he aprendido que nunca se deja de aprender, que todos estamos en lo mismo,
en el mismo camino, en el de aprender a amar bonito y a dejarse amar de igual
manera; a perder el miedo, enterrar el sarcasmo, la ironía, dejar de planear los
siguientes movimientos, tirar los dados pero a la basura, no al tablero.
Dejar el pulso y aprovechar la postura para acariciarse las manos mirándose a los ojos.
Con los años he aprendido y aún sigo aprendiendo a perdonar
y perdonarme, a aceptar, a entender que en realidad nunca
fallamos, que nos equivocamos porque tuvimos que hacerlo, que estar en paz es
saber que no tienes nada que perder cuando amas tan de verdad que lo que te
hace feliz es regalar, que lo que das es limpio cuando te nace de dentro, por
encima de toda razón e incluso contra tu propia voluntad.
Y esto que he aprendido todos estos años es lo que quisiera compartir contigo, lo
único que está en mi mano, en ésta que ahora te tiendo palma arriba, la
misma en la que he escrito, desde la punta de mis dedos hasta mi pecho, una fiesta
de letras que silban “Ven, da el paso. Ríndete y ven. Hoy, dentro de
diez años o en la próxima vida. Da igual, no hay prisa. Ven cuando te decidas o te sientas libre.
Deja que te enseñe de qué hablo desde el país de la bandera blanca. Cuando
llegue tu momento, simplemente ven con todo lo bueno, lo vivo y lo que brilla. Aunque no te quedes porque no es tu sitio, (eso no importa), pasa por mi casa".
Sé que sólo es cuestión de tiempo. Algún día lo vamos a entender.
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