Ayer hubo
tormenta.
El viento
arrancó de cuajo un árbol,
dobló un
poste de luz,
arrinconó
las hojas en la esquina,
se
colapsaron todas las centrales,
cayó la
cobertura.
Toque de
queda.
La gente se
encerró en sus casas,
y ocurrió:
viajaron en
el tiempo.
El resto del
día lo dictó la luz de fuera.
Lejos de los
sujatapapeles y los timbres,
las prisas
del asfalto, los anuncios…
se volvieron
a encender las chimeneas.
Algunos,
además, prendieron velas,
otros
desempolvaron algún libro.
A alguien le
dio por cantar
y a más por
escucharle, en corro.
Un abuelo
recordó algún cuento
y entretuvo
a los niños
mientras la
abuela,
sentada en la mecedora,
mirándole
como si le descubriera,
tejía unos
calcetos.
Se
calentaron al fuego sabrosas sopas
y casi todos
hicieron el amor
(tiraron de
memoria,
fue como por
segunda vez
la vez
primera).
Hoy ha
escampado.
La radio ya
funciona.
Anuncian sol.
Se van
abriendo puertas.
Traen
preguntas.
Vuelven la
vista atrás,
hacia sus
vidas.
Fruncen el
entrecejo.
Suena un
móvil.
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