miércoles, 27 de abril de 2016

No vuelvas

No vuelvas.

Por favor, no vuelvas.

Que desde que no estás todo es muy blanco. Roto.

Ya apenas tengo vicios. He dejado de fumar, bebo menos y rara vez me salto una comida. Incluso practico yoga y estoy ganando flexibilidad. (Sé lo que estás pensando. La respuesta es “sí”.)

No vuelvas.

Desde que te fuiste pago un subsidio por desempleo a todos mis lacayos, y en un alarde de valentía (o rabia) abolí mi propio servicio militar. Llámame loca. O vieja. O vieja loca. Pero no me llames.

Y tampoco vuelvas.

Sin ti me ha dado tiempo a ordenar todos los juguetes. Me costó tres vidas clasificarlos por pantones. Ahora duermen. Y no sueñan contigo.

Recogí uno por uno los cristales del suelo y vuelvo a andar descalza por la casa (ya sin romperme huesos ni ponerle tu nombre a mis heridas).

Que no vuelvas. Que no.

Porque desde que no estás, las mariposas escaparon por mi ombligo y se han vuelto plantígradas. Ya no revolotean. Se marcharon lejos y ahora pacen (descansan en paz y no me echan de menos). 

Ya no hablo por los ojos, ni me sale por la boca el corazón, que ya sólo me sale por la tinta, por las manos. Por estas manos que ahora saben que serán madres solteras y no te echan la culpa. Ya sabes, lo quiero siempre todo para mí.

Tú, sobre todo, por favor... 
No vuelvas.

Que desde que no estás, no se me entrecorta la respiración, ni me dan apasionadas taquicardias, ni vienen vientos del Siroco a estremecerme. Ya no veo dragones, ni escucho violines, ni recuerdo tu voz, que se me desvanece en los oídos como tu cara detrás de humo de shisha.

Cuán blanco todo, cuán roto… Cuándo es viernes…

Y es que ya no combato en guerras de respuestas. Ya no pierdo nunca. Ya no juego. Ya no releo las cartas que ya no guardo, ni creo verte en cada esquina de todas las ciudades. Ya ni siquiera te odio, ni te tiemblo, ni te siento, ni yo me siento nada.

No vuelvas. 
Por favor…
¡No me obedezcas!

No vuelvas.
Muerta estoy muy bien.





Fotografía de Nicole Mason

viernes, 22 de abril de 2016

Keroseno

Nos pasaron por encima.

Nos pisaron lo “fregao” 
(que no era otra cosa que mi rastro de saliva 
al ir contigo cogidos de la mano) 
por La Latina, Gran Vía, Chueca y Tribunal, 
con Pol de fondo alertando 
del olor a keroseno 
(me gusta más con k, de kamikaze). 
Chico, sal corriendo antes de que sea demasiado tarde. 
Y obedeciste.

Y lo hicimos. 
Le negamos un mundo mejor 
a este mundo que se precipitó al precipitarnos 
el uno contra el otro. 
Y tú te fuiste, 
y yo me quedé sola precipitadamente
y sola me seguí precipitando,
y aprendí a sobrevivir a los barrancos 
hilando letras y haciéndolas cuerda.

¿Quieres verla? Mírala. 
La llevo siempre en el bolso 
porque contigo nunca se sabe, 
y lo mismo te da por volver 
y no tienes con qué atarme las muñecas 
a este cabecero.



Fotografía de Josh Johnson

miércoles, 20 de abril de 2016

Olor a eucalipto

Me llega olor a eucalipto
y te recuerdo.

No tiene sentido.
Es una estupidez.

En todos estos años
no tenemos un solo recuerdo
que tenga que ver con eucaliptos.
Creo que ni siquiera pronunciamos
nunca esa palabra.

Parece que hoy me sirve cualquier excusa
para recordarte
e imaginarme 
pidiéndote una camiseta en tu cuarto
y tumbándome en tu cama a leer un libro
mientras tú debates con tu ordenador.

Eso es lo importante:
poder girar la cabeza y verte.
Que estés.
Y que luego vengas
y el vaivén de tu respiración me haga de nana.
Sentirme “casa” en tus brazos,
a sabiendas de que aprietan por defecto.

Pero te escribo y me cuelgas.

Vaya…

No debe llegarte
el olor a eucalipto
desde aquí.




Fotografía de Yanko Peyankov


domingo, 17 de abril de 2016

Qué sabe nadie

Nadie sabe de mí
lo que me guardo;
lo que esconden mis párpados
con llave.

Nadie sabe de mí
lo que barrunto;
los planes que trazan
ávidas mis manos.

Nadie sabe de mí
lo que no cuento;
sonrío y consiento
que ellas se peleen por ti
y por ellas tú.

Quién sabe…

Nadie sabe de mí
lo que me invento.
Lo que recuerdo.
Lo que piensas.

Ay...

Qué sabe nadie….



Fotografía de Davide Ragusa



sábado, 16 de abril de 2016

Naufragio

Un recuerdo al abordaje
me devuelve mar adentro.

Lejos,
las tablas que prometen salvación
y orillas que no paran de moverse.

No me arrastras, pero voy.

Me hago la muerta intentando flotar.
Se me da tan bien que me entran ganas
de ofrecerme a mí misma
mis propias condolencias.

Nada.
Ni Wilson
ni un triste tiburón
con el que entretenerme.

Sólo sed.
Una sed canalla,
majadera,
hija de la gran Medusa,
que no encuentra socorro
en medio
de este mar.



Fotografía de Ruslan Shtefan

miércoles, 13 de abril de 2016

Un olvido sin ti

Un olvido sin ti se ha hecho conmigo
como se hace la luz con la mañana,

con un acariciar parsimonioso
que te arropa de a poco, imperceptible,
hasta que te sorprende cubierto en manto
de pies a cabeza, y te abriga los ojos
mientras susurra en tu abrazo “ya pasó”.

Puede que sí.
Que sí.
Sí.
Que ya ha pasado todo,
y hasta tú.

Pero este olvido sin ti
se me ha quedado dentro
y tiene hambre…

Y yo no tengo qué llevarle al corazón.



Fotografía de Tertia Van Rensburg

domingo, 10 de abril de 2016

La huida

El impulso araña.
El impulso late
dentro de ti,
a cobijo.

La bestia vive allí
aunque tú la niegas,
y ruge y descuartiza
cuando nadie la ve.
Y algunas veces
cuando todos miran.

El impulso respira.                                                                                        
A ratos aguanta la respiración.                                                                                                                   
Crees que lo has despistado
al fin,
y coges carrerilla.

Sales huyendo.

La bestia truena su llanto.
Sólo cuando te rindas
haréis las paces. 
Nunca.

Quieres irte.

Mientras,
el impulso devora
con tu propia boca,
rompe
con tus propias manos.

Intentas escaparte.

No te cansas
de contar todas las veces
que coges carrerilla,

y te sales huyendo
sin dejar de perseguirte.





(Foto de JJ Ying)