Corro descalza entre calles pequeñas,
avenidas grandes,
oscuras,
luminosos,
algún chino de pie en alguna puerta,
gente riendo,
papeleras llenas.
Corro con prisa hasta encontrar tu puerta.
Ahora que no me hacen falta, llevo zapatos.
Con los dedos cruzados toco tu timbre,
y un perro dice ding dong, ding dong, ding dong,
y busca una farola,
y tú me abres, y ríes,
y lo cambias todo por ahora
mientras te muerdes el labio moviendo la cabeza,
dándome por perdida
teniéndome delante.
Y en ese preciso instante te someto,
te obligo,
por caridad,
a hacerme tuya,
ahora y para siempre,
y me arrancas del suelo
y esta pena.
Las flores de los tiestos nos aplauden
cuando mi gata me lame
y me despierta.
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